De las cosas más locas que me pasaron en la vida fue soñar con tigres. Yo creo que era el mismo tigre, que se camuflaba noche a noche, pero no puedo asegurarlo. Lo conté a mi compañero de celda e intentó dibujarlo según se lo describí y no le salió bien. Mi tigre venía a verme todas las noches y yo en mi sueño le servía leche en un plato, para que él bebiera de ahí. En mi sueño, yo le ponía un plato de loza blanca, y ahí la leche, más blanca, y el tigre, enorme, bebía con cuidado de no derramarla.
Hubiera podido contarle mi sueño a la psicóloga, es cierto. No lo hice; tiempo atrás había dejado de contarle mis sueños porque las conclusiones que ella sacaba eran demasiado obvias. Eso me resultaba molesto ya fuera que le pagara yo o le pagara el Estado: la plata es siempre la plata.
Dejé de contarle desde la vez que soñé que me reunía con mi familia, y mi familia está toda muerta. Era un sueño muy bonito, de esos para anotar y recordar: estábamos todos reunidos alrededor de la mesa comiendo arroz blanco de una gran fuente de arroz. En los bordes de la fuente había diferentes piezas de comida fritas: mariscos, pulpo, merluza, y verduras, como repollo marinado. Todos comíamos y como que hablábamos en voz baja, sin rechistar: cosa que era rara en mi familia, siempre tan bulliciosa cuando estaba viva. En mi sueño, mi padre no amenazaba a nadie con pegarle con el cinto hasta desmayarlo y tampoco había ninguno gritando y pidiendo desde el cuarto chiquito para que lo dejaran salir por favor, y que prometía portarse bien. Comíamos, nos pasábamos la fuente unos a otros y reíamos. A lo mejor haya pasado algo así alguna vez en mi familia, aunque lo dudo. Cuando se lo conté a la psicológa que me atendía, ella dijo que era un sueño hermoso y que estaba trayendo a mi familia a la vida, siendo que yo los había matado con un arma de fuego, a uno tras otro como si hubieran estado en fila.
Me sentí muy decepcionado con la interpretación del sueño que ella hizo. Pregunté si podía dejar de ir a terapia, pero el Servicio Penintenciario se negó; debía asistir y no debía hacerme problema por la plata que el Estado gastara en mí. Aunque la psicóloga fuera una inepta. El Estado, comentó el ayudante del juez, gasta tanto en bobadas que gastar en una más no le hace mella. Me encogí de hombros, sigo yendo, ya no le cuento mis sueños. Está el tigre que viene todas las noches a verme y él es mi secreto. Cuando uno está tan solo entre cuatro paredes y te condenan a eso toda la vida, un secreto es muy valioso, lo más valioso que se puede tener.