No sé el tiempo que llevaré conduciendo. Me parece que llevo toda la vida. Mismas carreteras, mismas curvas, y siempre el mismo desvío. Y otra vez a empezar el trayecto. Intento estirar las piernas y relajar la espalda. Y es que cuando uno huye, no hay cansancio. Excepto cuando se huye de uno mismo. No consigo ver nada. Solo mis faros, la oscuridad y mi vacío. Pero sé dónde estoy. Ni siquiera la niebla es capaz de engañarme. Me acerco al desvío. Pongo el intermitente y de inmediato entiendo que ya no puedo salir más. Miro hacia delante y de nuevo el túnel al fondo. Ya no puedo volver a esquivarlo. No puedo apartar la mirada de él. Me adentro. Sé que está esperándome. No hay marcha atrás. ¿Cuánto llevo dentro? Me parecen horas. Cada vez más oscuro. Sé que voy hacia él. Maldito túnel, ahora me parecen días. Veo a alguien en la carretera. Acelero. Acelero hacia él. Justo antes de darle alcance, le veo, me veo. Ahora sé que nunca saldré de aquí. Nunca.