Fin de semana, otra noche de viernes. La discoteca abre a las diez, aunque los chavales hacen cola desde media hora antes porque todos quieren ser los primeros en entrar. Ellos traen veinte pavos en el bolsillo, un paquete de Marlboro birlado al padre o a la madre, un encendedor, un par de condones, clínex y, algunos también una bolsita con pirulas de la risa o algo de chocolate rancio y un librillo de papel de fumar en un bolsillo de la chupa. Ellas, además, llevan pintalabios, tampones, coleteros y chicles de fresa.
Hoy estoy en la puerta con el Vences. Ciento cuarenta kilos de puro magro gallego y uno ochenta y ocho de altura. Fue campeón juvenil de lucha de la provincia de Ourense en su día, y luego se pasó al culturismo. Un máquina que lleva más de veinte años trabajando en las puertas de discotecas por todo Madrid, manteniendo intacto su prestigio para despachar a metepatas, colgados y babosos, o, si la situación lo requiere, ponerles la cara como un mapa. Es todo un espectáculo verle en acción: pim pam y el fulano está patas arriba. Sin aspavientos, sin mover un músculo de más ni despeinarse. El Nureyev de los porteros de discoteca le digo yo. Me encanta verlo después de sacar las manos a pasear, tirando de las solapas de su abrigo y moviendo la cabeza hacia los lados con la mandíbula un poco hacia afuera, con suficiencia, gustándose. Puro arte.
El otro día me dijo que el jefe le había comentado que estaba un poco mosca conmigo, que se le hacía raro que después de seis meses en la puerta aún no hubiera tenido que pagar ninguna multa por denuncia por lesiones. Vences me guiñó un ojo y me dijo que eso lo arreglábamos enseguida.
Teníamos que elegir bien. Necesitábamos encontrar un gallito de esos que hablan más alto que los demás, un broncas, mejor de los que llevan una golfilla en minifalda pegada como una lapa. El momento será cuando se esté terminando el segundo o el tercer cubata, que aún no vaya pedo pero que tenga un puntito, para que, al darle la primera hostia, que le caerá sin motivo, se revuelva y, entonces sí, le caigan otros dos o tres manotazos más, de los que dejan marca, un ojo moreno como el culo de un grillo está bien, es efectista, y, si puede ser, al puertas, los nudillos encarnados. Después, le pondremos de patas en la calle con cualquier excusa. Entonces un colega del Vences se acercará al fulano y le comerá la cabeza con el rollo de que el puertas es un hijo de puta que a él le hizo lo mismo el viernes pasado, y se ofrecerá a acompañarlo a la comisaría a poner la denuncia por lesiones. El jefe pagará la multa tan feliz y dejará de tocar los cojones una temporada. Gran tipo el Vences.