Leo en el periódico que la duquesa de Narboroug apareció asesinada flotando en el Támesis. Es la quinta víctima de un asesino que deja junto a los cuerpos un mensaje desafiando a Holmes.
El chirrido del violín me impide concentrarme. Tantos años y no me acostumbro a oírle tocar tan mal.
—Holmes, ¿Tiene que tocar por la noche?
—Querido Watson, el violín me ayuda a concentrarme. Y este caso me tiene preocupado. El asesino parece conocer nuestros movimientos de antemano…
—¿Y si no logra resolver este enigma?
Deja de tocar y su carcajada es más estridente que el violín.
— Si no lo hago yo ¿quién lo hará? ¿Usted?
No soporto su arrogancia. Siempre desprecia mi aportación a las investigaciones, como si yo no fuera capaz de hacer nada por mí mismo.
Se merece un escarmiento y esta vez voy a dárselo.
Solo yo conozco la identidad del asesino. Desde el primer cadáver.
Pero no voy a decírselo todavía. Quiero disfrutar del momento.
—¿Ha pensado que quizás la cocaína le esté haciendo perder facultades? —le pregunto.
Holmes toca el violín con tanta furia que rompe una de las cuerdas. Fingiendo una calma que está lejos de sentir, la retira del instrumento y busca otra de recambio en uno de los pequeños cajones idénticos que solo él sabe diferenciar.
Saca la cuerda y la desenrolla mientras camina por la habitación.
—¿Cómo se atreve? ¡Ningún asesino ha logrado derrotarme!
—Hasta ahora —lo provoco.
—En el fondo, debería darle las gracias a ese criminal, porque desde la muerte de Moriarty no encontraba un rival a mi altura……
—No se enfade, pero creo que es más inteligente que usted, Holmes……
—¡Pero lo atraparé y lo entregaré a las autoridades!
—No lo creo. ¡Porque yo lo haré antes!
—¿Usted? No se ofenda, Watson, pero no creo que esté a la altura de una mente privilegiada como esa……
Sigue dando vueltas por el salón. Disfruto de su irritación y la alimento:
—¿Mente privilegiada? —río a carcajadas mientras en el reloj de cuco están a punto de dar las diez—. Yo creo que solo es un pobre maníaco, un infeliz solitario y mediocre…
Está detrás de mí y noto cómo rodea mi cuello con la cuerda de violín. Tira con fuerza, y comienzo a asfixiarme. Me adentro en el valle del terror mientras el estudio se tiñe de escarlata. Ya no puedo escuchar el ladrido del perro de los Baskerville y caigo al suelo.
Suena el reloj de cuco a las diez en punto y me estoy muriendo.
Me mira desde arriba y me grita:
—¡Yo maté a la duquesa y a las otras cuatro víctimas, Watson!
En ese momento el inspector Lestrade, respondiendo a las instrucciones que esta mañana le envié por telegrama, entra en la sala.
Holmes comprende que ha caído en mi trampa y pregunta:
—¿Cómo lo supo, Watson?
Con el último hilo de vida le respondo:
—Elemental, querido Holmes. Elemental.