EL ZAFIRO DEL ORIENT EXPRESS
“Conocí al Marqués de Monvert en 1948.
Viuda reciente. Joven y desorientada en aquella hacienda, decidí dejar la administración al mayordomo y alejarme de los recuerdos.
Mi curiosidad lectora eligió un viaje mítico, París- Estambul.
El 15 de septiembre subí al Orient Express. Lujo elegante y exótico, placer de los sentidos. Ambiente cosmopolita rezumando un aire aristocrático, algo anticuado.
Desde el primer día acepté compartir mesa con un caballero francés que resultó un compañero encantador, culto y divertido, para recorrer las ciudades que visitábamos o compartir las veladas nocturnas en el tren. Fueron días espléndidos, curativos.
La noche anterior al fin del viaje, cené sola. Me resultó muy extraño que el marqués no apareciera sin haberme avisado previamente, dada su exquisita cortesía.
Al salir del comedor, al final de la cena, me sorprendió un gran revuelo en los pasillos. Exclamaciones y gestos exagerados. Me detuve un momento, tratando de averiguar la causa del alboroto. Parecía ser que a Madame Amélie, esposa del conde Du Blois que permanecía a su lado en silla de ruedas, le había desaparecido misteriosamente una valiosísima joya durante el cóctel de despedida antes de la cena.
Al parecer las autoridades policiales de la compañía estaban ya en la pesquisa de dicho robo. Tras esta averiguación, seguí mi camino.
De vuelta en mi camarote, unos golpes rápidos sonaron a la puerta, abrí y vi frente a mí el gesto apremiante del Marqués suplicándome sin palabras que lo dejara entrar. Sin dudarlo, me eché a un lado y cerré la puerta. Cuando llegaron las autoridades preguntando si había visto al marqués, intuitiva y fríamente respondí que no.
Él no dijo nada y yo no pregunté. No hubo explicaciones entre nosotros, sólo una fogosa despedida y un objeto frío que dejó resbalar por mi escote.
Al día siguiente, supe, por los comentarios que circulaban, que el camarote del marqués había sido registrado al igual que el propio Marqués pero no hubo rastro de la joya. Y nunca apareció.
Un gran artista de guante blanco, mi querido Marqués de Monvert.
Nunca más volvimos a encontrarnos. Pero, siempre que viene a mi recuerdo, una cálida ola inunda mi corazón y mi cuerpo.”
Mi abuela acaba de morir.
Me deja como regalo esta caja de nácar que tengo entre las manos. Dentro, un precioso zafiro azul engarzado en diamantes y este diario cuyas páginas acabo de leer y ahora cierro conmovida, orgullosa.