Emparedado
María Virginia González | Escalopendra

Después de vivir un año horrible, en el que el coronavirus se llevó por delante a mi madre y, en el que me ahogué en un maltrecho apartamento en el centro de Madrid, decidí trasladarme a la casa que había heredado de mis abuelos. Necesitaba empezar de nuevo, respirar, y pensé «que mejor que en el pueblo”. La casa, desvencijada por el paso de los años, necesitaba una reforma y, junto a un albañil de la zona, empezamos a dar forma al proyecto de vivienda que tenía en mente. Decidí demoler una pared para agrandar un cuarto. Aquella mañana, en la que las partículas en suspensión flotaban en el ambiente y el aire se hacía irrespirable, apareció ante mí algo extraño, ennegrecido y de forma circular ante mis ojos, en seguida, el horror inundó mi gesto; era el cráneo momificado de un humano. Cuando me recuperé de mi estupor llamé de inmediato a la guardia civil. Forenses y policía científica invadieron mi hogar aquel día. Poco tiempo después me informaron que el cuerpo hallado se trataba de un hombre que llevaba muerto al menos, treinta años. La guardia civil, al comprobar esto y, que el supuesto crimen había prescrito, se desentendieron totalmente, no sin antes entregarme un anillo que aquel cadáver llevaba, se trataba de un sello de oro con una cruz grabada. Mientras tanto, en aquellos días, Sara, mi vecina, que había sido íntima amiga de mi abuela me acogió en su casa.
Sara, a la que apreciaba muchísimo, era muy mayor y se había quedado sola en la vida, por lo cual, decidí que mientras permaneciera en su casa, le iba a ayudar a limpiar y ordenar.
Un día bajé al sótano para llevar cachivaches obsoletos que había acumulado,como no sabía dónde meterlos abrí un gran armario antiguo, al intentar meter los viejos enseres se cayó una caja desparramándose todo lo que había en ella, principalmente fotos, al colocarlas de nuevo en la caja, observé una de ellas en la que tres personas posaban; Sara, su marido y un joven sentado en un sillón, este hombre, apoyando su mano sobre el regazo mostraba un sello de igual características al que me había dado la Guardia civil, inmediatamente subí junto a mi vecina para mostrar mi hallazgo.
Sara se sentó en una silla y, totalmente consternada, procedió a relatarme una historia que cambió mi vida.
—Cariño, ese es mi hijo, Pedro, él hizo algo que no debía, abusó de tu madre. Aquel aciago día, en una discusión, mi marido le pegó tan fuerte que cayó golpeándose con una mesa, murió en el acto. Ocurrió en la que ahora es tu casa. Para evitar problemas decidimos emparedarlo allí. Duele decirlo, pero era un monstruo, aunque he de decir que, sin saberlo, creó algo muy hermoso. Tú eres mi nieta.
Entre sollozos nos abrazamos, y me di cuenta que ya no estábamos solas .
La vida puede ser muy retorcida, por un cadáver emparedado en mi casa he descubierto a mí abuela paterna.