EMPATÍA
luz María Valdivia Espinosa | Uno mas

El silencio de la noche cesó apenas mi compañera puso la sirena y aceleró más de lo normal, era el tercer aviso en menos de un mes en el mismo domicilio. Recuerdo que la primera vez también nos tocó a nosotras de guardia, apenas llegamos encontramos una mujer de menos de 50 años de edad con la cara amoratada y sangrando por la nariz, le preguntamos como se encontraba y quién le había hecho eso.
– Estoy bien, decía entre sollozos, -he sido yo sola, afirmaba tajante,-he caído escaleras abajo, es que estábamos discutiendo, pero a mi no me ha tocado, he sido yo sola, insistía.
– Entiendo que tenga miedo y no quiera denunciar a su pareja, eres libre de no hacerlo, pero recuerda, si te ha maltratado no será la última vez y siento decirte que quizá en una de esas veces ya no puedas denunciar.
Las palabras que le había dicho mi compañera aquella noche se me repetían en la cabeza una y otra vez mientras recorríamos las pocas calles de distancia que nos conducían al domicilio. ¿ y si esta iba a ser la vez en la que nos la encontraríamos sin vida?
En el segundo aviso mis compañeros ponían en el atestado «la víctima se abstiene de denunciar, asegura fue ella sola la que se ha hecho tales heridas «, porque esta segunda vez tenía un corte profundo en la cabeza.
Apenas llegamos a la calle encontramos un montón de gente en al puerta del edificio, mi compañera y yo nos hicimos hueco entre la multitud insistiéndoles que allí no había nada que ver, pero mi intuición me decía que si había algo demasiado horrible, lo notaba en los rostros de los de allí presentes y en los gritos y llantos de la mayoría.
Desafortunadamente fuimos los primeros en llegar, la visión que allí encontramos tardaremos años en olvidar, iba acompañado de un olor fuerte a sangre y orín que te hacía revolver las tripas y el sentido mismo. Justo al lado de la puerta entreabierta yacía el cuerpo inerte de la misma mujer que hacía un mes atrás no quiso denunciar. Su cráneo había sido literalmente aplastado, posiblemente con un extintor que permanecía allí tirado.
– Joder! fue la expresión de mi compañera al descubrir el cuerpo.
Solo nos acercamos para comprobar sus constantes vitales, que obviamente eran nulas, y cerrarle los ojos que aún miraban con una mezcla de miedo y compasión.
– Hay que pillar al cabrón que ha hecho esto, grité a mi compañera.
Inmediatamente comprobamos que en el interior de la casa ya no había nadie más, esperamos a que llegaran los compañeros de científica y nos fuimos a hacer un pequeño interrogatorio por el bloque.
– No tenía pareja conocida y tampoco hemos visto ningún extraño por aquí, nos contestaba un vecino cuando le preguntábamos por su pareja.
– Entonces,¿ con quién discutía todos los avisos anteriores?
– Con su hijo adolescente, era el único que vivía con ella.
Ahora como madre comprendía que no denunciara antes, ni ya nunca jamás.