Allí estaba él, contemplando el estremecedor espectáculo del incendio desde el olimpo de su despacho en el edificio de enfrente. El plan orquestado por aquel hombre se cumplía paso por paso ante sus ojos y a pesar de ello no podía evitar sobrecogerse, no podía evitar el escepticismo que le causaba ser el autor de aquello. No tenía salida, no había otra salida, se lo habrían arrebatado todo.
«Hay alguien a quien se acude cuando no se encuentran soluciones», escuchó decir a sus asesores. Estaba dispuesto a lo que fuera para evitar que le quitasen el banco. Desde su altar tenía una vista privilegiada de cómo en la ciudad cundía el pánico por el fuego, de cómo aquella torre se consumía en llamas iluminando la noche sobre una vorágine de bomberos, policías y militares intentando sofocarlas sin éxito. Policías que luego investigarían lo ocurrido ajenos a que el responsable les estaba observando, solemne, altivo y temeroso, ante el tambalear de su imperio.
Mientras, el inspector Martínez atravesó el control hasta llegar al improvisado centro de operaciones frente al incendio, al llegar se encontraban allí un oficial militar, el jefe de bomberos y el alcalde. El inspector no pudo evitar preguntarse qué narices hacía allí el alcalde. El parque de bomberos fue el primero en reaccionar al ser avisado por emergencias, como es lógico. La unidad militar acudió por su expresa solicitud porque conocen su rápida velocidad de respuesta y la situación lo requería. Al mismo tiempo avisaron a la policía que envió a todas las unidades que se encontraban de servicio más cerca del lugar, mientras el mando de guardia, en este caso el inspector, llegaba al escenario.
Pero ¿y el alcalde? ¿Cómo había llegado tan rápido? Este lo saludó entre serio y jovial, como hacen algunas veces los políticos, tratando de concordar con el momento. El jefe de bomberos indicó que el edificio se encontraba vacío y el oficial militar que la zona estaba evacuada y asegurada, pues bien, tenía al alcalde mirando sobre su hombro mientras en la arteria principal de la ciudad un edificio emblemático se encontraba vacío y en llamas.
Menuda noche. El inspector trataba de reflexionar evaluando la situación cuando les desconcertó una repentina lluvia de gritos amortiguados por el estruendo del incendio y la distancia. Los ciudadanos espectadores del acontecimiento tras el cordón de seguridad comenzaron a gritar y a señalar al edificio. El inspector, ensordecido, no conseguía entender lo que gritaban.
–¡¿Qué es lo que gritan?!– Preguntó el inspector.
–Que hay personas dentro señor– dijo uno de los agentes que tenía alrededor.
–¡Eso es imposible! – dijo el jefe de bomberos mientras todas las miradas se fijaban en el edificio y se perdían entre sus llamas.
A la mañana siguiente al llegar a la comisaría el inspector se encontró con que su superior se había asignado el caso, al preguntarle la razón le contestó:
–¡No se preocupe Martínez! Yo me encargo, ya sabe que soy un experto en encontrar soluciones–.