En un lugar de la mancha de sangre encontrada en el osito de peluche, los técnicos del laboratorio de dactiloscopia, ataviados con sus inmaculadas batas y sus asépticos guantes, han encontrado una huella parcial y la han confrontado con la base de datos de los ficheros informáticos policiales; pero “Clara” ese “superordenador” que guarda toda la información relativa a los sujetos con antecedentes penales, no ha encontrado ninguna correspondencia. Clara con sus tres terabytes y sus tres generadores diésel de dieciocho cilindros no ha sido capaz de encontrar datos del asesino, la policía científica no tiene ni tan siquiera una primera pista que les permita analizar su perfil.
Es veintidós de septiembre, se muere el verano y un chiquillo llora desconsolado en la escena del crimen mientras recibe el apoyo psicológico ofrecido por las Fuerzas de Seguridad del Estado. Es Alonso, las lágrimas resbalan por sus mejillas regordetas y gime sin poder articular palabra ante tanta barbarie. Tan chiquito y tan solo llora desconsolado y encogido en su mullida butaca frente a los cuerpos sin vida de sus padres y de su hermanita, esa linda criatura que llegó de tierras lejanas con su brillante mirada y su sonrisa nueva pendiente de estrenar.
Es que Alonso es muy chiquito, solo tiene siete años; y en la base de datos de Clara… solo estamos los mayores de catorce.