EN UN SUSPIRO
Julio Vegara Polaina | Modesta Guay

Un suspiro abrasador exhala el alma del cuerpo desdichado de Damián. El último buen investigador policial, Fermín Salvin, se encuentra delante del sangrante cuerpo aún caliente. Fermín mira para todos lados desesperado y angustiado. Para cerciorarse de que su asesino, “ese alfeñique ruin, ese vacío cuerpo de excremento matutino”, Sergi Rosas, permanece fiambre gracias a un certero tiro en su despejada frente.
Fermín es de esos hombres que se afeitan todas las mañanas, se corta su rizado cabello cada tres meses en la misma barbería de toda la vida y cuando llega a un sitio, aunque no conozca a nadie, emite un «¡buenos días!» tan rotundo y sincero que todo el que se encuentra en dicho sitio tiene que bramar un «¡buenos días tenga usted!».
Fermín, rodeado por ambos muertos, ya no sonríe. Ahora llora en su foro interno. No por el maltrecho cuerpo de su amigo, Damián Patón, sino porque es el momento en el que su trayectoria como policía comienza a deshacerse. Está desconsolado, quien en otros momentos más duros fue un férreo defensor de la moralidad policial, hoy es un corrupto más. Esta vez, se involucró personalmente en este caso.
Todo comenzó cuando su querido Damián, uno de esos amigos con los que no solo compartes ratos sino que son parte de tu vida, le contó una trama de asesinatos que estaban ocurriendo en su empresa. «¡Siempre por el maldito poder!», decía su compadre. De manera fortuita, Damián se vio involucrado en el asunto y arrastró a Fermín; quien, sin dudarlo por la estrecha amistad que les unía, aceptó investigar el tema.
Fermín tuvo que hablar con indeseables, compartir copas con prostitutas, escuchar los alaridos de borrachos e incluso asistir, involuntariamente, a algún asesinato. Pero a él no le salpicaba la codicia, ni el odio, ni el egoísmo. Solo quería proteger al que consideraba como un hermano más que de sangre, al ser que más apreciaba en la tierra, desde su mutua y antigua amistad.
Cuando todo estaba resuelto, en el preciso momento que, ante la presencia de Damián, iba a detener al instigador de toda aquella sucia trama sucedió todo…
Al verse acorralado el asesino, Sergi Rosas, por los dos amigos y la policía rodeando el edificio espetó al investigador:
—¡Querido! A su lado tiene a un asesino.
Damián le dispara sin esperar ninguna palabra más. Fermín, ese policía intachable, le mira con los ojos acuosos, de los cuales intenta salir una lágrima. La decepción y la ira se apoderan de él.
Mientras, su amigo, con una mueca casi burlona no le quita ojo creyéndose libre.
Ipso facto, se oye un disparo y la pistola de Fermín cae al suelo humeando al rojo vivo.
—Dos vidas sanas truncadas: la de Damián y mi carrera. Dos vidas que ya no volverán. ¿Hice bien? —reflexiona.
¿Y tú, qué habrías hecho?…