Encubierto
Roque Ignacio Artiles Santana | Coquín Artero

Él no se acordaba de mí. Era demasiado corto. Recuerdo la forma en que le colgaban los mocos cuando asistíamos a la misma clase en primero de EGB… un ser humano repugnante, incluso para ser un niño. ¿Quién iba a decir que se convertiría en un magnate de nada en absoluto?
Por lo que se ve, no es necesario tener cualidades cuando tus raíces están ancladas en el fondo de la más podrida de las alcantarillas. Su padre, su tío, su primo y sus dos hermanos entraban y salían del talego con frecuencia antes de que al Rubio lo echasen del colegio por burro… Algo moralmente inaceptable, pero justo: era más tonto que un tenique de hormigón.
Ahora sorprende que el crimen de todo Marriot haya bailado al son de su pandereta. ¿Y qué esperaban si hasta la policía que investiga el caso tiene que venir en misión secreta desde otras ciudades? Solo en un sitio tan corrupto como éste puede ocurrir que Johnny el Rubio termine encaramándose a la más alta de las esferas, y a su diestra, como cargo de confianza me tenía a mí, haciéndome pasar por quien no era para meterlo entre rejas.
Habría sido más sencillo aprovechar un momento a solas en el que injertarle seis tallos de plomo entre la coronilla y el cuello. Así, sin que nadie se enterase ¡Maldita burocracia!
Hoy apareció para la reunión en el VIP de la “Mallow´s” con Esther colgada del brazo. Esther era la más empollona de todos los cursos, pero se enganchó a la buena vida al poco de mudarse de Marriot y tuvo que volver para vivir de sus padres y el trapicheo.
Hay que reconocer que las trencitas le quedaban mejor con ese cuerpazo de mujer que le dieron los años. Todas las miradas se quedaron clavadas en las costuras y dobleces de su vestido, a punto de estallar. Solo yo me fijé en su cara que, al ponerme la vista encima cambió la expresión. Acababa de ubicarme oculto en algún cuarto oscuro de su memoria.
Solo fue un segundo bajo las luces estroboscópicas de la discoteca. Suficiente como para que lo que le quedaba de empollona reprodujese para sus adentros hasta mi nombre y apellidos.
Estaba jodido… lo sigo estando.
Entenderán que no tuve más remedio que hacerlo. Con esos datos habrían dado con la familia que aún me queda en la ciudad; en el mejor de los casos, corría el riesgo de pasar el resto de mi vida malviviendo de un refugio a otro como testigo protegido; podrían haberme despellejado ahí mismo, joder.
Tuve que hacerlo aunque Esther aun no llegase a decirle nada. Su presencia era una bomba de relojería pegada a mi culo que no podía dejar estallar y ahora sus espectros deben estar preguntándose desde el infierno, por qué su lugarteniente la emprendió a tiros contra toda la puta fiesta.
Bueno… el de Johnny no debe estar preguntándose nada; siempre fue demasiado corto.