Contaré un poco sobre mi vida, me llamo “Dante”, detective de la policía, un prodigio de la investigación delictiva y todo una leyenda de horror para los asesinos y secuestradores de mi ciudad.
Desde pequeño sentía que era diferente, que tenía habilidades perceptivas únicas en el mundo y que esos dones me hacían especial. Confirmé que así era una fría noche de enero, cuando alterado desperté entre gritos por una pesadilla: era la imagen de mi madre siendo brutalmente torturada en una habitación oscura, el sádico de su perpetrador mutilaba cada dedo de su mano, los masticaba en frente de ella. Aún recuerdo su expresión, aterrada mientras suplicaba piedad.
Me dirigí corriendo donde el vecino, nadie me escuchó cuando salí de la casa. Realmente en aquel momento actué sin pensar, todo fue cuestión de instinto.
Desesperado, le dije al vecino que tenía miedo, que algo sucedía y tenía que creerme, finalmente, después de veinte minutos de angustia lo convencí para que llamara a la policía.
Ese día recuerdo ver por la ventana como sacaban a mi padre esposado, y bueno, mi madre salió unos días después, cuando su cadáver ya tenía mal olor.
Esa fue la primera vez que mis sueños me mostraron un asesinato. El evento se repitió cientos de veces, soñaba con gente que no conocía, veía como eran descuartizados, destripados o amordazados, dormir se convirtió en una tortura, hasta que empecé a prestarle atención a los detalles, y a través de ellos obtener el paradero del asesino.
No hubo un caso que no resolviera, nunca tuve dificultad para superar mi trabajo, al menos hasta que cumplí los treinta. Desde allí mis sueños dejaron de ser iguales, la magia que me hizo famoso se extinguió y con ella mi carrera, solo quedó una horrible pesadilla que se repetía todos los días: un hombre que tocaba tres veces la puerta de una habitación a oscuras, exigía que quitarán el seguro para poder entrar, como nadie respondió acribilló la puerta y las paredes a balazos. La víctima estaba calmada, aceptaba su muerte junto a cada proyectil que entraba y salía de su cuerpo incontables veces.
El asesino era robusto, por la manera en que sujetó el arma puedo deducir que era zurdo. Usaba guantes para todo, no dejó ni una huella en la escena y tampoco mostró su rostro, fue ingenioso. Una vez terminado su objetivo, se marchó hacia el este. Tomo el primer autobús que salía del estado y se perdió entre la gente.
El sueño parecía no tener sentido, nunca reportaron un asesinato igual en diez años, pero seguía repitiéndose noche tras noche.
Hoy por fin, mientras escribo esta carta, todo tiene sentido para mí, lo que veía era una advertencia, el crimen perfecto delante de mis propios ojos, pero no podré contar más, ya golpearon tres veces la puerta.