La pareja fue vista por última vez en la estación de tren de Berlín; J. regresaba a Breda, había viajado para ver a su chica, hacía un par de meses que no se veían desde que iniciaron su andadura de Erasmus.
Al día siguiente, ninguno acudió a clase. Sus compañeros no se alertaron, sabían que estaban juntos, pensaban que se les habría alargado el fin de semana. Pero, cuando la madre de J. le llamó para saber cómo había ido el reencuentro y no poder contactar y tampoco hacerlo con E., saltaron las alarmas.
Sus padres viajaron a Berlín, donde la Inspectora Müller, encargada del caso, les puso al día. Las cámaras de seguridad de la estación captaron un par de imágenes de los jóvenes, se les veía con actitud cariñosa. Solamente él llevaba equipaje, indicativo de que ella no le acompañaría. Por un fallo del sistema no se averiguó los pasajeros de aquel día, por tanto, no se pudo confirmar que J. subiera a aquel tren.
Los móviles permanecían apagados. Se rastrearon los movimientos de sus tarjetas de crédito, se comprobó la compra de los billetes de tren de J. y unos vuelos a Dublín para verano, que la madre conocía. De E. nada extraño, aparte de compra de comida, ropa y libros. Tampoco se había extraído dinero por cajero, nada sospechoso.
La Inspectora interrogó a los compañeros de E., una compañera en Breda hizo lo propio. Nadie sabía nada. No hubo comportamientos extraños en ambos, se habían aclimatado muy bien al ritmo de las clases y al proyecto de audiovisuales que llevarían a cabo en sus universidades. Los compañeros de España estaban tan asombrados como el resto.
Registraron sus habitaciones en las residencias, no faltaba ropa; E. se dejó el cargador del móvil y el portátil, que fue revisado concienzudamente, así como los correos de ambos. La toma de huellas tampoco arrojó ninguna información importante.
Era como si se les hubiera tragado la tierra.
Ante esos hechos, la inspectora aconsejó a los padres que regresaran, les mantendría al tanto de todo, asegurándoles que, con la colaboración policial de Alemania, Holanda y España, darían con ellos tarde o temprano.
Transcurrieron los meses, sus compañeros se graduaron, pero no lo hicieron J. ni E. La fiesta posterior fue un homenaje a ambos. A la celebración fueron familiares, amigos, también el profesor y sus compañeras de coro de E. del Colegio Alemán, que interpretarían una canción en su honor.
Hasta allí se desplazó la inspectora Müller y su homóloga holandesa, querían estar presentes, por si daban con información relevante.
Ralf, recién jubilado, iba a retirarse al Algarve e invitaba a las jóvenes que fueran cuando gustasen. Esto llamó la atención de la inspectora. La policía española había interrogado al profesor alemán, pero Müller decidió hacerle una visita.
Cuando irrumpió junto a la policía portuguesa, el músico germano no pareció sorprendido. Señaló hacia una puerta.
– Bajen, ahí encontrarán lo que andan buscando. – Dijo mientras comía el último bocado de manzana.