La primera vez que vi a aquel petimetre me poseyó un irrefrenable impulso de contarle los dientes a martillazos. Tras una noche de revolcones apasionados con el frasco y el subsiguiente infierno matutino, mi castigada paciencia se declaró en huelga definitiva a la hora de enfrentar aquel bigote rubio perfumado, a juego con unas polainas igual de ridículas.
Con todo, algo debía regir tras aquella fachada de pisaverde, pues no tardó en replicar desabridamente:
– Tampoco a mí me hace gracia, detective. Pero los protocolos nos obligan a colaborar. Hagámoslo, pues
– Usted por su lado y yo por el mío, inspector. Ni quiero un puto conflicto diplomático ni arriesgarme a algún tipo de contagio
Un aristócrata inglés seco de un tiro en la sien y encontrado en un descampado estadounidense no es precisamente campo abonado para los soplones. Un día y medio me costó lograr lo que en otras circunstancias hubiera conseguido con dos horas, un lugar tranquilo y un buen puño americano.
– Dicen que el cirujano McIntyre se cepillaba a su prometida – fue lo último que escupió mi fuente, entre gemidos, antes de rendir los intestinos cual ovillo desmadejado sobre la moqueta.
Me dirigí al hospital con la esperanza de acabar pronto con aquello. Esperanza vana, supe nada más entrar y observar a aquel cretino despachando con la recepcionista cual si estuviesen en una verdulería.
– Es cosa mía – espeté, adelantándome
– No lo creo, querido amigo
– Pasaré por alto con mucho esfuerzo lo que me acaba de llamar – respondí, al tiempo que trataba de zafarme de él de camino al quirófano
– Está armado y tiene un rehén
Me detuve en seco
– ¿Qué coño dice?
Se tomó su tiempo para gustarse:
– El muerto estaba recién operado en la zona vascular, con puntos de sutura frescos, y tenía restos de propofol en sangre. Esto es, estaba anestesiado o recién despierto y extremadamente débil cuando murió. Eso descarta el suicidio y apunta a un cardiólogo…
– Me está contando lo que ya he averiguado por otros cauces. Abrevie
– El que lo operó, según los registros, es McIntyre. Puesto que el balazo tenía restos de fentanilo, me hace pensar que el arma ha estado en el hospital, en contacto con productos químicos. Es harto probable que la siga teniendo a mano por seguridad
– ¿Y el rehén?
– Está operando al jefe de policía a corazón abierto en este mismo instante. Debemos actuar con mucha cautela…
No había terminado la frase cuando apreté a correr, llegando con mucha ventaja al quirófano con el arma desenfundada.
– ¡¡Quieto, McIntyre!! – grité a todo pulmón
Aquel fulano, sudoroso, todo ojos, sacó de repente una pistola de la nada. Mi primer tiro falló, el segundo no. Pero entre uno y otro el cirujano ya le había metido un balazo al jefe.
El inglés llegó poco después, horrorizado.
– No he podido evitar el tiroteo – expuse, autodisculpándome por haber fallado deliberadamente un tiro por primera vez en mi carrera y tratando de recordar si alguien podría interponerse en mi futura candidatura a jefe de policía.