Casi nunca va a la escuela. Eso ahora a nadie extraña. Cuando rondas por su puerta, el ambiente huele a playa. Era un niño tan normal como otros en el aula. Mira con pestañas largas que hipnotizan y te cargan de calambres en el alma.
Es muy raro, casi un paria.
Al mudarse al edificio mamá dijo — Clara, cuando toquen a la puerta, no contestes, no abras. Hay peligro, mucho vicio y esa gente mira mal. Tengo miedo de que algo te pueda molestar. En las calles hay revuelo y la poli vuela bajo; ya no enseñan ni la placa. Pumba, pumba y al carajo.
Desde entonces miro siempre por el ojo de la puerta. Me parece gente muerta los que entran por su umbral. Caras tiesas y ojos bizcos, boca abierta, raro andar. Si se acercan yo me escondo. Lo hacen todos y yo más.
Hombres grandes con pistolas, pisar fuerte y ojos tigre, se acercan a su puerta y tocan el timbre. Me encaramo a la mirilla. Mamá curra y estoy sola.
Con su puerta medio abierta, uno vio el camino libre. Se animaron para entrar empezando por la izquierda.
Fue terrible.
En la sombra de su umbral, atacó con una cola. Cuatro rejos con ventosas agarraron al de atrás. Los disparos y patadas no sirvieron para nada. No sé si estaba despierta… Le arrancaron pelo y cara. Gritó — ¡Alto! ¡Quieto! ¡Por favor! —, y algo más. Ya no importa, ya no está.
Me escondí cuando ese niño destrozó a los que quedaban. Sentí miedo y su mirada rastreando mi sudor. Alguien llama con las uñas arañando el aldabón. Ay mi mami, cuánto tarda ¿Qué hago ahora? ¿Qué he hecho yo?
Hilos de piel verdosa acarician mi columna. Escapa mi vida miedosa.
¿Mi destino es la penumbra?
Mamá, no vuelvas, sal corriendo y no mires para atrás. Nadie te espera en casa y nada te dolerá más que ver lo que ha quedado: sangre, desorden y un cuervo gritando en la noche —Nunca más.