Nunca le habían gustado aquellos zapatos, de tacón alto y color llamativo. Se los había puesto por ella, decía que le hacían parecer más alta, cómo si eso importase.
Ya no importaba si eran morados, o si Lucía iba a la moda, ya no importaba nada. Ahora estaban teñidos de sangre y uno de ellos estaba a unos dos metros del cuerpo.
Ahora estaba rodeada de focos y policías que intentaban proteger su cuerpo de la lluvia.
La inspectora tomaba notas y observaba esos ojos azules vacíos de luz, pero aún no sabía su nombre. Una chica joven, bien vestida, bonita y sin bolso ni móvil, ¿sólo era eso?
En realidad era muchas más cosas, y ese era el trabajo de la inspectora Alariz en el fondo, descubrir quién era y por qué la habían encontrado en ese callejón con una media alrededor del cuello.
Isabel Alariz era menuda pero transmitía aplomo y seguridad, de esa clase de personas que llaman la atención cuando llegan a un lugar, sin necesidad de un físico llamativo. Quizá por ello sabía que los demás analizaban cada uno de sus movimientos, de sus gestos, de sus miradas. Isabel se giró hacia los dos hombres que acababan de llegar, cubiertos con un paraguas negro, anodino. Javier Perea y Martín Romero, grandes profesionales, cómo diría cualquiera, pero impuntuales, sobre todo si se les llamaba una noche de sábado cómo aquella.
Tras los saludos la de rigor y un par de comentarios sobre el tiempo, Isabel les contó lo poco que se sabía. Mujer, 26 años, encontrada alrededor de las 3 de la mañana por el servicio de recogida de basuras, con una media alrededor del cuello y bocabajo sobre el asfalto. Faltaba el bolso y el móvil y su zapato izquierdo lo habían encontrado alejado del cuerpo, bajo un contenedor.
A primera vista la chica volvía de fiesta, se cruzó con alguien que la hizo huir, en la carrera perdió un zapato y cayó, momento que aprovechó su asesino para estrangularla.
También a primera vista el escenario dejaba algunas preguntas en el aire. ¿Las medias eran de la víctima o las llevaba el agresor? ¿El crimen fue premeditado y la falta del bolso y el teléfono era un intento de simular un robo? ¿Cómo es posible que la chica sólo llevase un vestido corto de tirantes, si estaban en pleno febrero y Salamanca no era precisamente una ciudad calurosa?
Isabel levantó la mirada del cuerpo, hacia las ventanas del edificio cercano, donde varias luces alertaban de que los vecinos no podían evitar curiosear. Se dijo a sí misma que sus compañeros se pasarían varias horas buscando testigos, sin éxito probablemente.
Ella, en cambio, sólo tenía una pregunta en la cabeza: ¿por qué aquella chica llevaba esos zapatos? Esos zapatos deberían estar en la caja blanca, guardada en el armario de la habitación de Nuria Alariz, su hermana.
Esos zapatos eran suyos, los encargó a medida para su último cumpleaños, antes del accidente en el que murió hace 3 años.