EUROVISION
Agnès Ortega Pérez | Agnès Ortega

Feliz con mi invitación para ver Eurovisión en el garaje de la vecina. Esta vecina estaba a dos casas más hacia la derecha de mi garaje. La verdad es que su garaje estaba descuidado y algo desordenado, pero se trataba de Eurovisión, cómo resistirme a un espectáculo en directo de voces de artistas.
En medio de ese caótico parking, había un pequeño motor que lo alimentaba. Al principio no me incomodaba la idea para ver el show. Aunque conforme íbamos organizando el sitio me di cuenta de que el sonido iba a molestar. Me ofrecí para aportar la luz mediante un gran alargador y enganchándolo a mi casa. Todas las personas aceptaron.
Mi garaje era un lugar de trabajo ordenado. En medio de ese orden no tenía ni idea de dónde podría estar el alargador.
Llegué y vi a mi marido. Le pregunté por él. Refunfuñó. No entendí al principio por qué. No me importó. Le expliqué la situación. Iba a necesitar el alargador para poder alimentar la televisión del otro garaje. No me miró a los ojos. Despreció mi discurso. De nuevo me sentí sola y abandonada. No lo entendía. Eurovisión, me encanta. Me salí del garaje un momento, tomé aire, cerré los ojos y con el rostro busqué el rayo de sol.
Regresé al interior cuando la angustia se calmó. Entonces sorprendentemente vi que los cable estaban preparados. Una voz interna dijo, es tan atento.
Fui a buscarle para darle las gracias. Pero no me miraba, seguía su rumbo cuál persona con indiferencia.
Me entró miedo, se aceleró el fuego intentando salir en modo de gritos por mi boca. Aguanté el sonido, pero mi cabeza empezó a enloquecer. Subiendo las escaleras tras él pretendía, de forma desesperada, que la relación diese un vuelco hacia la paz. De camino vi la ventada del segundo piso. La abrí velozmente. Me asomé, un impulso de saltar me entró en todo mi cuerpo. Paré justo a tiempo y recordé entre lágrimas Eurovisión.
Me aparté y me centré. Voy a darle las gracias. Es muy atento y se lo merece. Él siguió subiendo escaleras. La casa tenía cuatro alturas.
Al llegar al último piso vi como él que se acercó al balcón, abrió la ventana se subió a la barandilla y se lanzó, pensé que era una broma de mal gusto. Me asomé y vi el resultado de la tragedia. Él yacía en el patio de los vecinos, el rostro desfigurado, encharcado en sangre, las vecinas estaban gritando, una de ellas llamó a urgencias de inmediato y yo no paraba de gritar su nombre. Ya era tarde, ya nada importaba, mis sentimientos se instauraron en mi ser para seguir viviendo junto a mí una larga temporada.
Desperté de la pesadilla y lloré la desesperación. Recordé que estaba en medio de una crisis matrimonial, que mi hermano hacía un año y medio se suicidó y que mi cuerpo estaba sacando los residuos emocionales de las experiencias traumáticas. Me quedé sin ver Eurovisión.