El rastro que el detective Angus Hall había seguido lo llevó a las puertas de un edificio situado justo enfrente de donde él vivía. Aquella misma mañana fue hallada, en las inmediaciones, otra víctima acuchillada salvajemente y con una nota sobre el torso que decía: «no tan excepcional».
A pesar de ese mensaje, el asesino únicamente atacaba a gente excepcional, a personas con reconocimiento en algún campo; un chef galardonado, una nadadora olímpica, un genio de la física o una escultora brillante. Había sido muy cuidadoso en cada uno de sus crímenes pero, en este último, cometió el error de utilizar la servilleta de una cafetería llamada «El alquimista» para escribir su mensaje. Angus la reconoció al instante por su inconfundible aroma a café de Etiopía; un café extraordinario que solo servían allí y que él mismo tomaba cada mañana antes de ir a comisaría.
Después de eso, tan solo tuvo que revisar las cámaras de seguridad de dicha cafetería y hablar con los empleados para descubrir que el hombre escondido bajo una gorra, gafas de sol y bufanda, tras tomarse el café, siempre se dirigía al edificio Golau.
En los archivos policiales había registro de todos los residentes del edificio, no obstante, Angus dedujo que el asesino podría estar ocupando el apartamento «D» de la cuarta planta, pues la propietaria era poseedora de una cadena de supermercados muy exitosa.
Angus, impaciente, no esperó a que sus refuerzos llegaran y subió con la pistola en la mano. Cuando llegó arriba, se dio cuenta de que el felpudo había sido movido y no erró al pensar que, tal vez, habría una llave debajo. Abrió la puerta y entró. Le sorprendió ver que desde la ventana se veía, perfectamente, el interior de su apartamento. A sus espaldas, el asesino se acercó y le puso un cuchillo sobre su garganta.
—No te muevas —le susurró—. Suelta la pistola.
—El edificio está rodeado, no tienes escapatoria.
—No me mientas, Angus, sé que eso no es verdad. Tengo que darte la enhorabuena por haber logrado encontrarme. De veras, has demostrado ser… excepcional.
En ese momento, el asesino retiró el cuchillo e invitó a Angus a sentarse.
—Este encuentro me llena de vida —dijo colocándose delante del detective.
Todavía iba con el rostro cubierto, pero enseguida lo mostró. Angus se quedó sin respiración al ver que era idéntico a él. Su mente detectivesca comenzó a buscar posibles explicaciones; un gemelo malvado, o quizás cirugía.
—¿Te sorprende verme? También soy Angus Hall. Ambos nacimos para escapar de la miseria de una vida común. Sin embargo, mientras yo pretendo demostrar que nadie brilla más que el resto y que todos morimos por igual, tú sigues tratando de alcanzar ese brillo, ese reconocimiento.
Angus, el detective, no queriendo escuchar más, se lanzó sobre el impostor. Comenzaron a pelearse a golpe limpio entre puñetazos, patadas y estrangulamientos.
Los refuerzos llegaron minutos después, encontrándose a un solo Angus, sin conocimiento y gravemente herido, en medio del destrozo.