El tal Chaves, otrora arbitrario inversor, deambula con la mente nublada, presagiando su más que probable ocaso; en su desdicha masculla expresiones ininteligibles para los naturales del lugar: «Fuck, fuck,…».
Desde la Comandancia le han exigido premura para evitar desdichas, antes de que toda la ciudad se congregue en la plaza y las viperinas deshuesadas comiencen a ingeniar embustes. Ni uno, ni otra, le importan una mínima a Chaves que ordena a sus tres hombres revisar cada palmo de la 333. Con introspección, desde la ventana puede observar la portada de la catedral y al propio campanero que, de manera recíproca, hace lo mismo con la fachada de La Fonda del Inglés, envidiando su elegancia. Y es que la suntuosidad de aquella estancia no deja dudas sobre la calaña de su huésped, algo que le remangan las suspicacias al ahora detective.
Chaves se ha convertido en un hombre venido a más en una familia que ya no podía ir a menos; rumiantes todos ellos de las tierras de Arévalo. Pero le asquea tanto esa gente de remilgo que le dan ganas de descerrajar sus esputos sobre el reloj dorado de la cómoda; para luego limpiarse con la servilleta contigua a este… Pero no puede, ahora ha cambiado el querer por el deber. Aunque pudiera ser que esa parasitaria enfermedad galaica que le carcome, por primera vez le haga sentir bien al notar la sangre fresca por su garganta hasta dispersarse a través de su boca.
En la plaza, la muchedumbre ya son unas decenas: entre los que algunos barruntan repugnancia, otros charlan ojipláticos y los más comen anacardos como si aquello fuera un acto de las festividades… Chaves llama a uno de sus subordinados para que les vocifere desde la ventana… «¡¡¡Por Dios, muévanse que aquí no hay nada que ver!!!». Nada, mierda, no ha servido la treta, todos siguen… Chaves hace un ademán de echar mano a la pistolera: «Acabemos con esto… Subir el colgajo». Dos de los suyos comienzan a tirar de esa cuerda, con uno de sus bordes atados a las barras del balcón y otro anudado al cuello del presuntuoso huésped.
Junto a la cómoda, otro de los suyos advierte que la servilleta, junto al reloj, está escrita con letra de mujer: «Hoy será la última noche que pasemos juntos».
A lo que Chaves añade con tinta oscurecida por la ceniza de sus uñas: «Fin del camino».