El horizonte es una banda anaranjada cuando el ayudante de detective atraviesa la muchedumbre de curiosos y accede sin quitarse las gafas de sol a la habitación del motel de playa donde lo espera su superior. Parte del suelo y de las paredes están calcinadas, aquí y allá hay jirones de sábanas, migajas de pastel y trozos de madera y plástico. El ayudante da un respingo y se aproxima a su jefe. Tras él descubre un espejo triangular que se alza intacto sobre un charco de agua. Quién tuviera tu vida, compadre, le saluda el detective señalándole las gafas. ¿Señor?, lo interroga el ayudante antes de quitárselas. El detective le tiende una cámara de vídeo. Dale al play y dime lo que entiendes, anda. El ayudante obedece. La imagen parece dañada, tan solo hay sonido, señor. Tras un hasta luego alguien dice tres horas, última grabación, váter, escondido, ¿Mr. Trébol? Sí, sí, se impacienta el detective, eso está claro. Pero ¿y después? El ayudante se pega la cámara al oído. ¿Paralizado? ¿Propio reflejo? El detective asiente. Algo de un loco, creo, continúa el ayudante. Ahora alguien más grita ¡Inzenzato!, y también el ezpejo, algo en otro idioma, ¡el ezpejo! ¿Dirías que hay dos voces distintas? Sí, creo que dos, señor. El detective murmura coño, joder, mientras entre los dedos juega con algo que el ayudante no logra apreciar. ¿No te parece que es la misma persona quien habla? El ayudante duda. Puede ser, señor. Va, va, dice el detective tras sacudir la cabeza, lleva la cámara al laboratorio, a ver si consiguen restaurar la imagen o al menos confirmar cuántas personas hay. Lo que usted mande. El ayudante camina hacia la puerta. Antes de cruzarla, se gira y echa un último vistazo al cuarto: las quemaduras, el espejo intacto, el charco de agua, su jefe. El espejo intacto. ¿Qué?, le interpela el detective. Nada, señor. Mientras se pone las gafas de sol, el ayudante entrevé lo que su superior sostiene en la mano derecha: un trébol violeta medio quemado. Fuera descubre que la muchedumbre de curiosos ahora mira hacia el mar. Parece que, a lo lejos, se ha formado un tifón. Un tifón que crece y que avanza cada vez más rápido hacia ellos. Alguien con prismáticos, quizás un turista, grita ¡Son mosquitos, enjambres de mosquitos! Cunde el pánico. El ayudante de detective trastabilla, pierde la cámara entre empujones, forcejea y finalmente consigue regresar a la habitación. Al cerrar la puerta tras de sí, se derrumba y rehuye la mirada de su jefe. Nota un pinchazo leve en la pantorrilla. Es un trozo de madera. Lo examina:
«El año de la corona, tercer mes / Del fondo del océano vendrán los Fomoré. / Caos, Tinieblas, Plagas, Hambre y Sed / Si el trébol cae, solo quedará la fe», Pádraig o Bríd, Irlanda, siglo VI.
Entonces recuerda la palabra que no entendió al final del vídeo: el ezpejo, ¡los fomoré!, ¡el ezpejo!, traga saliva, oye zumbidos y, sin poder evitarlo, tiembla.