EXQUISITO
1:30 a.m._ El desenlace no había sido premeditado, pero el caso es que, después de la encerrona, el que estaba allí, delante de ella, con cara de sorpresa, era su jefe. Y completamente muerto.
Era un alivio, sin duda, pero también acarreaba algunas complicaciones.
Todos sabían que, a pesar de ser gerente de un restaurante estrella, era un cerdo; un bruto, sin corazón ni modales, y que si nadie lo había matado hasta entonces no era por falta de ganas. Pero la empleada pensó que, aunque ella solo se había defendido, nadie la creería.
Cuando un par de minutos después Bernardo entró en la cocina, ni siquiera puso cara de sorpresa al ver a la joven camarera, pálida, desorientada, y al cabrón del gerente tendido en el suelo y con un enorme cuchillo en la tripa. Solo miró a la muchacha y le dijo “Cierra esa puerta. Y quítale los zapatos. Hay que desvestirlo.”
La culpa de que el jefe de cocina llegase a una hora tan temprana la tuvieron su insomnio y el accidente de la autopista. Media hora antes oyó por la radio que un choque múltiple mantenía cortada la 23, la carretera de acceso por la que tenía que venir el camión con la mercancía. Se echó a temblar. Al día siguiente sesenta y cinco comensales tenían un banquete concertado y, si el material no llegaba, el gerente estallaría (una vez más) como si el mundo entero fuera a derrumbarse sobre su cabeza.
Bueno: eso al menos ya no iba a pasar.
La cena empezaría en apenas 20 horas, y si el camión del suministro de carne andaba por ahí, Dios sabe dónde, habría que buscar un plan alternativo.
Bernardo, cocinero experimentado, calculó a primera vista: usaría algunos huesos para caldo y con el resto tendría material suficiente: lasaña, mini hamburguesas glaseadas, o brochetas al aroma de tuétano eran platos habituales en su cocina. Y aún le quedaría ingrediente de primera para replicar su famoso Steak Tartar, con el que había cosechado no pocos premios.
– Vete a casa. Te veo mañana a las diez. Y escucha: aquí no ha pasado nada.
El hombre vio cómo una gratitud inmensa asomaba a los ojos de la chica, y eso le alentó.
Las siguientes horas de despiece sistemático y preciso a lo largo de la madrugada, dieron sus frutos. A las 8:00 todo estaba preparado para cuando, un par de horas después, llegase el resto del personal a comenzar su jornada. Solo entonces decidió echarse un rato en la oficina. Soñó con ella.
09:00 p.m. _ El recinto estaba perfecto. El personal, impecable. Los asistentes, deslumbrados y felices. Desde la puerta de la cocina Bernardo, cansado y satisfecho, sonreía para sus adentros.
– Bienvenidos, señoras y señores – se oyó decir, complacido, al maestro de ceremonias- a la decimotercera Gala de la Policía, cuya recaudación dedicaremos este año a combatir el desperdicio alimentario.
Mientras, en el salón, la camarera recibía fascinada las atenciones de un apuesto teniente uniformado.