EXVOTOS
JULIAN EXPOSITO MOSCOSO | Julius Jandelvent

La víctima sabía que había llegado su turno. La Parca lo acechaba. Sentía en las entrañas un malestar que apretaba su vientre. Sospechaba que algo iba mal. Había enterrado a todos sus colegas de juerga. En la calle corrían rumores. En la prensa poco se hablaba y la policía investigaba pero no filtraba información. El asesino de los exvotos, lo habían bautizado.

El asesino no, la asesina.

La asesina estaba cerca de su caza. Lo sabía porque había desarrollado un olfato infalible, capaz de percibir la fragancia del miedo a la muerte desde la distancia. Sin prisas, pasos en la oscuridad a contratiempo.

La presa lo supo tarde. Las pisadas se acercaban a un ritmo asimétrico en el eco de la noche. En un error de cálculo quiso esquivar a su acechadora y se la encontró de cara en un callejón. La mirada de un cuerpo mutilado y restaurado como un juguete siniestro lo examinó. Un rostro sin piedad e inexpresivo esperaba alguna resistencia por su parte. El miedo lo paralizó.

El crimen fue rápido. Silencioso. Un beso robado. Esta vez la ofrenda sería una pierna de muñeca de plástico. La última pieza del rompecabezas. Una venganza merecida.

Por fin, la paz.

La asesina dio un trago a un coctel mortal que la llevaría junto a su difunta familia.

«Su marido conducía. Su hija dormía en la sillita infantil. Ella consultaba la ruta en el móvil. Volvían al pueblo para las fiestas, era de noche y se habían equivocado de camino. De frente, un vehículo conducido por borrachos haciendo eses y jugando con las largas y la oscuridad. Ese juego macabro se convirtió en persecución. Después en accidente. Finalmente en huida».

Unos pasos firmes interrumpieron la marcha nocturna de la muerte después del último sorbo. Frente a frente no se ocultaban policía y criminal.

La ley había llegado.

La asesina se dejaba ir hacia un sueño eterno. Los parpados le pesaban. Se había hecho justicia poética. En un pestañeo la figura de la agente se arrodilló. La detective siempre había estado muy cerca de la sospechosa, pegada como una sombra a las huellas del crimen, pero no lo suficiente como para impedir vengar la muerte de su linaje.

-Esos animales jamás hubiesen pagado por su pecado. Mi vida expiró aquel día después del accidente tras veintiséis horas de quirófano. Decidí mi final cuando descubrí mi cuerpo reconstruido frente a un espejo y nadie quedaba a mi lado. Lloraré una vez más, pero será la última -murmuró la justiciera.

La agente asintió.

-Descansa en paz.