Aquel día, la alarma sonó más temprano de lo habitual, una vez más. Con esa, venían siendo más de dos semanas encontrándome la casa desierta al salir de trabajar, los mensajes justos en el chat del móvil, un ambiente crispante y madrugones inhumanos.
Hice como si durmiera profundamente, pero no aguantaba más y decidí seguirla. Así que, cuando Sara se metió en la ducha, yo aproveché para ponerme la ropa de calle y volví rápidamente a la cama, fingiendo dormir plácidamente. Minutos después, Sara estaba lista y bajó a la cocina con algo de urgencia a preparar su café. En ese momento, salí apresuradamente de la cama y me senté en la escalera a esperar alguna señal.
Sonó su teléfono. Ella escuchaba atentamente y respondía con monosílabos. De repente, la cucharilla se cayó al suelo. Se puso nerviosa, era evidente. Y rápidamente salió de casa. –¡Rápido Hugo! – me dije. Y bajé tan deprisa como pude, pero cuando abrí la puerta, Sara se había esfumado.
– ¡Mierda! – grité de forma contundente. Quizás debería volver a la cama, pero no, tenía que idear un plan para descubrir lo que Sara me estaba ocultando. Me senté en el salón y empecé a darle vueltas a la cabeza. Me estaba volviendo loco sobre cómo podría seguirla alguien como yo, que se dedica a la venta de seguros, sin ser descubierto.
Las 8 de la mañana, hora de trabajar y yo con la mente ocupada creando hipótesis sobre lo que iba a encontrar detrás de todos los comportamientos extraños de Sara. Las 5 de la tarde y ninguna venta cerrada, pero un plan perfecto para descubrir la verdad. Salí de la oficina y me fui directo a comprar todo lo que necesitaba.
Después, volví a casa. Deporte, ducha y cena, simulando estar cumpliendo mi rutina de siempre. Sara llegó tarde, me saludó y, como era de esperar, terminó achacando su retraso a un caso complejo en el que todo el bufete estaba volcado. Era abogada.
A los pocos minutos, se preparó y se acostó. Ahora o nunca, pensé. Y veloz como el viento fui a la entrada, busqué su abrigo y, disimuladamente, le coloqué un pequeño micro debajo de la solapa. Suspiré. Y, aunque casi me da algo de la tensión, lo hice. Todo estaba saliendo según el plan y solo me quedaba esperar.
Las 5:30 am y el despertador sonó. Pronto iba a conocer la verdad. Cuando Sara salió de casa, activé el micro desde el móvil y me senté en la cocina a esperar. Al principio, solo escuchaba fricción, lo que me indicaba que ella seguía caminando. De pronto, empecé a distinguir voces y supe todo lo que Sara me había estado escondiendo todo este tiempo.
–¿Cómo había sido tan tonto? –.
– ¿Cómo había llegado a ese punto? –.
–¿Cómo me había podido dejar engañar así por mi mente? –. Me había equivocado profundamente. Sara, solo estaba a punto de publicar su primera novela, cuando yo, la hice sospechosa de mil fechorías.