FALTABAS TÚ
MARISA LANUZA CABAÑERO | LANCA

La mañana de sábado transcurre como de costumbre en el Mesón de Lola. Los cazadores Ramón y Santiago, a quienes se une Ramiro, el tirador más experimentado, desayunan unos huevos fritos con panceta, por su sitio. “¡Hoy no se salva marrano! ¡¿Haríais ascos a ese cabrón?! Con semejante pólvora en el estómago vamos preparaos para lo que caiga, ¿o no, zagales?”. Lola los mira de través, con el morro torcido, y suspira, bayeta en mano, mientras Ramiro le lanza su requiebro matutino, de zorro gastado. “¡Atrápalo! ¡Qué no daría yo por que merecieras disparar entre estos muslos esa escopeta de que presumes! ¡Gustoso me tributaría Adrián!”, le espeta cuando ya atraviesan la puerta. Lola es un encanto que no se muerde la lengua, hermosa y resalada. Pero rara vez sale de la barra: no le gusta, dicen, evidenciar la cojera que arrastra desde jovencica. Un desafortunado accidente de moto: yendo con Adrián se les cruzó un jabato.
Antonio, arrogante, lleva dos horas apoyado en el mostrador ojeando un periódico. Sus largas crenchas hacen de parapeto contra miradas ajenas que desean sonsacar y no se atreven. Egresó de la trena exculpado de asesinato: el inocentón fue quien descuartizó a la mujer de su hermano. Vive de ocupa y se sustenta de cafés con leche; su única ocupación, de día o de noche, es pasearse con un afgano acanelado. Siempre lo espera afuera. “Ya sólo faltaría…”, se emperra Lola.
También está Pilar, la rubia divorciada con hijos que invierte su tiempo en organizar reuniones de señoras para engaitarlas con lo último en lencería fina. Hoy han acudido cuatro y no pone demasiado interés. Su mirada azul pinta oscura; teñida de inquietud, peregrinaba de los cazadores a Antonio, de Antonio a Lola, de Lola al sujetador de encaje recién desenvuelto, y del brassier a mí.
Esta tarde toca desenmascararse. Me dedico al análisis de los ademanes en una escena de crimen. Sí, soy de la judicial. Anoche apareció el cadáver de Adrián, frente a este Mesón. Su moto permanece en la puerta. Tenía cuarenta y cinco años. Presentaba traumatismo craneoencefálico, una policontusión localizada. He citado a los seis. Adrián hacía el séptimo en la cuadrilla de mañaneros.
Inquiero: “¿Alguien sabe por qué Adrián estacionó ahí con el local cerrado?”. “Tenía llaves; dejaría aquí la escopeta para ir con estos por la mañana. Pero sí es raro, sí”, indica Lola.
Inopinablemente, el perro osa entrar sin convocarlo. Iluso se planta frente a Pilar y mete el morro en su entrepierna con total confianza. Ésta lo ‘acaricia’ con una palmadita en la trufa e Iluso se dirige raudo a una bancada. Hoza bajo la colchoneta. Con los dientes extrae un precioso tanga púrpura y unos calzoncillos de marca. Antonio rechaza el presente. El animal insiste… Lola se trastoca, y exclama: “¡¡Malaputa…!! ¡Es el último regalo que le hice!”. De repente, saca una escopeta ya cargada y dos disparos certeros desploman al descuartizador y a la rubia.
Caso cerrado.
“Lo siento, Ramiro, encanto. ¡Queda usted detenida!”.