“Filosofía de un viajero”
Aquí me tienen, con solo 51 años y bastante vida por delante que no pienso malgastar.
Mi existencia está llena de vivencias, sobresaltos, muchos amigos y más de un enemigo, lo excitante es que aún sigo caminando sin mirar atrás.
Atento a mi marcha, solo mi corazón me da de vez en cuando una palmadita en el hombro para que reduzca el paso, pero sigo callejeando, haciéndole el caso justo para no sucumbir antes de lo que quisiera, tampoco puedo permitírmelo.
Está haciendo mucho calor, aunque esta semana el muy ladino nos ha dado un respiro. Hoy las calles están vacías y las sombras pincelan figuras caprichosas. No he dormido bien y mi desasosiego me invita a salir.
Caminar aviva mis sentidos, todos y cada uno de ellos, tú que me lees, seguro que me entiendes. Sin más, paseo y el olor a bar sube por la nariz hasta que mi sesera estimula los jugos de mi estómago, en tanto, el bullicio llama mi atención como una olla a presión en plena ebullición. Y yo, ahí en medio, traspaso el umbral dispuesto a dejarme llevar. ¡Dios! Ese vaso de cerveza helada en mi mano que alivia mi sed, no tiene definición.
La charla casual, el boceo del camarero pidiendo la comanda entre confidencias de clientes, me distrae y echo una visual.
Un mundo de sensaciones para mí, me atrapa, hasta que entablo conversación con un foráneo y mis sentidos dan un giro de 360º para centrarme en la persona que tengo al lado.
Le comento sin otro interés en común. Viajar es una suma de desafíos. Es vestirse de loco, decía García Márquez, es volver a empezar, ¿no te parece?, -le pregunté-. Estoy convencido que de alguna forma nuestras neuronas se activan y crean nuevas conexiones, simplemente porque necesitamos adaptarnos a situaciones inesperadas, a veces confusas, pero en cualquier caso nos hace sentir vivos.
Y entramos en un bucle de confidencias.
-Ya te digo. Viajar brinda nuevos puntos de vista, por no hablar de que deshace nuestros los nudos mentales, y la suma de experiencias nos da placer. Así es que yo no pienso perderme nada del lugar donde mis pies me lleven -afirma con rotundidad mi acompañante coincidiendo con mis pensamientos-. Y reímos juntos. Yo, pensando para mis adentros hasta dónde estaría dispuesto a llegar .
Las horas pasan, una despedida cordial y una cama amable me espera sin preguntarme, qué he hecho hoy. ¿Hoy? Hoy tengo 51 años y he vuelto a matar a alguien.
Los días corren y sigo al paso y me pierdo. Me excita perderme, un día y otro más. –¿Cuántos años os he dicho que tengo?