El calor en las mejillas, la respiración acelerada, la humedad en la palma de mis manos dificultándome sostener con firmeza la Glock- 17, en cuyo gatillo resbala dubitativo mi sudoroso dedo. El silencio es sepulcral, la oscuridad casi acogedora. No suplican sus labios, ni sus ojos. La expresión de su rostro es una mofa, contraído en un burlesco juego de arrugas que me desafían, ¿a mí, o la misma muerte? De pronto, veo vacilantes haces de luz blanca, cruzándose entre ellos; uno, dos, tres y dejo de contar cuando uno de ellos contrae mis pupilas.
– ¡Suelta el arma!
Mis manos no obedecen, no son mías, son suyas.
– ¡Luna, no lo merece!
¿No? ¿Es eso una opinión o una verdad absoluta? ¿Quién puede tomar esa decisión?
– No los escuches Ángela, no saben nada. Fin de la partida, tuya es la victoria, recoge tu premio.
Sus palabras atraviesan mis tímpanos como un estallido de realidad. Solo escucho un pitido tras ellas, estoy sorda, y casi ciega. Mis músculos hieráticos, excepto mi dedo anular derecho.…
>Minutos antes.
– Detective Ángela Luna -enseño mi placa, el agente levanta la cinta amarilla lo justo para que mi metro sesenta y dos la cruce con una leve inclinación de cabeza-, gracias.
– ¡Ah! Ahí estas, ya era hora.
Márquez es un buen tipo, pero un pésimo policía. No es capaz de elaborar una teoría ni sobre el retraso de un tren.
– ¿Qué le falta a ésta? -pregunto.
– Los párpados, es asqueroso, espero que no hayas desayunado demasiado.
Ya van tres; mujeres de treinta y pocos, características físicas distintas, sin aparente relación entre ellas, al menos no una que yo haya considerado compartir.
– Está jugando con nosotros. Ya sabes lo que hay que hacer, Márquez.
Vuelvo al coche disfrazada con un impecable traje de profesionalidad. Seria y sosegada. Enciendo el motor ahogando así el latido de mi corazón.
Carla Sanz fue la primera, hallada sin pulgar derecho, su cuerpo incorrupto. Elia Gorospe, la segunda, mutilada. Seguimos buscando sus brazos. Y ahora, el rostro sin párpados de Alba García. Incluso Márquez acabará encontrando la relación. No tengo mucho tiempo, no hay donde esconderse ahora. Debo acabar lo que empecé, sin arrepentimientos, sin dudas. Ahí está, la mirada de mi compañero mientras habla por teléfono. Hora de irse.
>Ahora.
– ¿Te gusta? Lo escogí para ti, creo que es perfecto.
Un almacén con las ventanas tapiadas y suelo de arena. El polvo flota en el ambiente oscuro y cargado. Es una trampa, mi trampa.
– Temí que no entendieras mis mensajes, pero aquí estas.
– No puedes quitarme nada que vaya a echar de menos, ni siquiera mi vida.
– Eres diferente, Ángela, eso lo sé. Nada se te puede arrebatar.
– ¿Qué hacemos aquí entonces? ¿Qué quieres de mí?
– No es lo que yo puedo quitarte, es lo que tú puedes perder. Saca tu arma. Aquí es donde se desvanece lo que te queda de alma.
Una vez fuimos cinco, ahora queda solo la sombra de una. Fin de la partida.