Cuando Cristino Foncubierta -«inspector Tino, por favor»- cincuenta y seis años de edad, llegó al parque de Miraflores, no le sorprendió demasiado la escena que se mostraba ante él, más que nada por el protagonista de la misma. «Era cuestión de tiempo», pensó. Detrás del cordón policial yacía, entre un gran charco de sangre que brotaba de su frente, el conocido delincuente Pértur, de nombre Cipriano Cañizares «un grano en el culo que nos ha tocado padecer». Era el día de San Valentín y, aunque las tardes ya se iban alargando -el reloj Casio del inspector marcaba las 19:35 horas-, sólo la tenue luz de las escasas farolas iluminaba la escena. Algunos curiosos observaban a prudente distancia la escena del crimen: dos corredores habituales del parque, una pareja que unos minutos antes se calentaba de la gélida tarde sin necesidad de estufa, tres señoras que caminaban a paso ligero -«que ya mismito es la Feria y hay que entrar en el traje de flamenca»-, alguien que paseaba a su perro. Nadie ha visto ni oído nada.
«Pértur, ¿a quién has jodido hoy? Si ya te lo decía yo. Que un día vas a dar con alguien más bruto que tú que te va a poner en tu sitio.»
Sentado en uno de los bancos de piedra cubiertos de graffitis que se encuentran por el parque, a no mucha distancia de la escena del crimen, Valentín se aferra con fuerza al raquítico ramo de flores que ha conseguido reunir en su paseo por el parque. En el suelo descansa su bastón de bambú. Con la cabeza apoyada en su rodilla, un perro de raza indefinida, con un ramalazo de yorkshire -«pero limpio y bien cuidado, eh»-, lo mira fijamente. Son setenta y siete los años que acompañan a su cansado cuerpo y hace seis que su querida Joaquina falleció tras penosa enfermedad. Los recuerdos golpean sus sienes.
«Yo esto del día de San Valentín no lo entiendo mucho, me parece un invento de El Corte Inglés, pero vaya gracia la de mis padres con el nombrecito. Está claro que no me puedo librar. Aquí tienes tu ramo de flores ¿Y mi regalito?»
La primera celebración de San Valentín después de su jubilación, Joaquina le entregó a Dado, el mismo que ahora lo mira con la cabeza apoyada en su rodilla. Son ya doce años juntos, los últimos seis ellos solos, ya que Valentín y Joaquina nunca tuvieron hijos.
«Mi querido Dado, ¿que he hecho? ¿Por qué se ha tenido que reír de nosotros? ¿Por qué ha querido tirar nuestro ramo al suelo y ha intentado patearte? Ni lo hemos mirado. Y este bastón en mi mano. No he podido controlarlo. Sólo me apena qué va a ser de ti».
El inspector Tino lleva escrutando a Valentín un buen rato. Fija la mirada en el bastón de bambú que se encuentra a su lado.
«Podría ser mi padre»
Anota en su libreta:
Ningún testigo. Posible ajuste de cuentas.