Fotografía asesina
AMADOR NAYA JORDAN | Amador Jordan

Era un orificio de bala, como tantos otros que había visto con anterioridad, un muerto más. La víctima yacía derrumbada, parecía abandonada en el suelo con descuido. De bruces, con un brazo bajo el vientre, una posición anormal. Lo giré, sabía que no debía hacerlo, pero lo hice. Yo no era policía, era un simple detective contratado por una mujer. Ahora no había nada que vigilar, estaba muerto. Adiós a un dinero fácil.

Escamparía antes de que llegara la policía o algún curioso. El tipo no era trigo limpio, cuando le di la vuelta, llevaba algo apretado en el puño. Cuando cogí lo que aferraba en la mano, y lo mire, vi que no era bueno, nada bueno. Una foto de Patricia Lamela desnuda, haciendo el amor con una joven delgada de aspecto hombruno.

Patricia era la típica hembra a la que no se le podía decir no. La primera vez que la vi lo supe; aura de superioridad, una soberbia aplastante y muchos ceros en su cuenta. Estaba casada con un político, un alto cargo del partido. Si esa foto viera la luz tendría un problema seguro. Ella, fue la que me contrató para seguir a aquel individuo.

Esa misma noche contacté con ella. Le di la foto, su cara permaneció hierática, ni un pestañeo. Me liquidó lo acordado y me fui del bar donde habíamos quedado. No supe de ella hasta dos semanas después. Mi teléfono sonó y lo primero que oí fue:

—Detective Santos, creo que mi vida corre peligro.

—Buenas noches, Patricia, mejor que hablemos en persona. ¿A las nueve donde siempre? ¿Le viene bien?

—Allí estaré.

Estuve pensando en la foto de aquella hembra desnuda y su cara de goce haciendo el amor con la muchacha, la envidié. Acudí a la cita, allí estaba, impecable, con ese aire de femme fatale que irradiaba, que hacía que todo lo que acontecía a su alrededor quedara enmudecido.

—La chica de la foto, la chica de la foto— dijo exaltada, era la primera vez que la veía perdiendo la serenidad.

—¿Qué le pasa a la chica?

—La han atropellado, está muerta.

—¿Un accidente?— pregunté esperando una respuesta que sabía que sería un no.

—Fue mi marido seguro. Temo por mi vida.

—Bien, ¿quiere que realice un seguimiento?, le puedo buscar protección, haré unas llamadas.

—No, no, si se entera de que lo sé, sería aún peor. Solo vigílelo.

Salimos del bar, me ofrecí a acompañarla a su casa, vivía a tres manzanas. En el trayecto se acurrucó desvalida apoyándose en mí. Lloraba moqueando como una niña pequeña, yo intente consolarla.

—¿Quiere subir?

No pude negarme. Me preguntó si quería una copa, que sirviera dos mientras se ponía cómoda. El beso fue inevitable, la lujuria nos hizo acercarnos a su habitación. Hicimos el amor con desenfreno, como si nos fuera la vida en ello. Sentí una punzada en el corazón. De las cuatro personas que sabíamos de la existencia de la foto, solo quedaba ella.