Amada Winchester, la sagaz detective de homicidios encargada de cubrir el caso, escuchaba impasible en una salita contigua al escenario del crimen el testimonio del señor Priu, único testigo y, a su vez, principal sospechoso del asesinato. Según su declaración, solamente él y su hermano gemelo (la víctima) compartían la vivienda desde el fallecimiento de la madre, y, que él supiera, nadie salvo ellos había estado anoche en la casa ni tenía copia de las llaves de la puerta de entrada; la cual, igual que las ventanas, se hallaba cerrada a cal y canto, tanto en el momento en que, a juzgar por él mismo, debió producirse el salvaje asesinato, como cuando descubrió el cadáver de su hermano.
La detective se preguntaba si las muecas de asco que trataba de disimular el señor Priu eran atribuibles a una especie de reflejo post trauma o, simplemente, serían las corrientes en esta clase de individuos tan rancios.
A priori, en espera de los resultados de criminalística y forenses, la reconstrucción de los hechos cuadraba perfectamente con la versión que sostenía el señor Priu: el sospechoso afirmó estar durmiendo profundamente cuando sintió una sed tan intensa que le obligó a levantarse para ir a beber agua. Dijo haber llegado a tientas hasta la cocina sin reparar en el cuerpo que allí yacía, y que, al abrir la puerta del frigorífico y sacar la jarra de agua, descubrió el cadáver de su hermano gemelo con un tajo en el cuello. A continuación, el presunto fratricida, manifestó no recordar con claridad los segundos posteriores al hallazgo del cadáver, debido al tremendo shock que sufrió, y que, solo cuando pudo reaccionar, fue consciente del alcance de la tragedia. Para entonces, este se abrazaba semidesnudo a su hermano sobre un charco de sangre aguada, rodeado de silencio y de cristales rotos, arrollado por la fría luz de la nevera.
No obstante, las evidencias recopiladas no dejaban de inculpar al señor Priu. Todo el caso estaba abierto a conjeturas: la alteración del escenario, la causalidad del agua y los cristales, el aspecto del corte mortal… Por si eso no bastara, las huellas de pisadas halladas por los investigadores coincidían, casi enteramente, con la sangre que cubría la base del pie izquierdo del señor Priu.
Pero faltaba por resolver un pequeño dilema: extrañamente, las pisadas de las baldosas presentaban cinco dedos impresos, y, a ojos vistas, a ninguna le faltaba la huella del meñique. Mientras tanto, el sospechoso juraba y perjuraba haber nacido, igual que su hermano, sin el dedo meñique de dicho pie. Y sí, la suma de los dedos restantes indicaba que el señor Priu no mentía.
La detective Amada Winchester se cansó de observar los gestos de repugnancia del gemelo inconfeso. Extrajo una bolsa de pruebas de su ajado maletín y se dirigió al que, para ella, era el seguro fratricida:
―Señor Priu, puesto que no puede tragarlo, tendría la amabilidad de escupir el chicle en la bolsita, o lo que mierdas esté masticando.