FRÍA NOCHE DE VERANO
Lidia Moncayo González | Phoebe Mars

—¡Vamos! —El inspector Sánchez volvió a golpear con su mano izquierda la mesa de frío metal con todas las fuerzas de las que pudo reunir. Raúl se sobresaltó—. Confiesa de una puta vez, enfermo. La cogiste en la feria cuando iba al baño, la sacaste del recinto ferial a la fuerza, le hiciste todo lo que se te pasó por la cabeza y luego te deshiciste de ella tirándola en mitad de la nada.
Raúl llevaba en aquella sala de interrogatorios toda la noche. Frente a él estaban las fotografías de una adolescente muerta. Estaba toda cubierta de sangre procedentes de profundos cortes visibles entre los jirones de ropa que aún le colgaba de su cuerpo. Y lo que más perturbaba a Raúl: aquellos grandes ojos negros desprovistos de vida que miraban al objetivo de la cámara para inmortalizar para la eternidad el sufrimiento vivido aquella fatídica noche en las fiestas patronales.
— Por favor, quítemelas de mi vista —suplicó Raúl con lágrimas en los ojos, puede que por el cansancio de toda la noche en aquel cuartucho mal iluminado, puede que por el dolor que sentía por todo su cuerpo o por no saber responder a las preguntas sin respuesta que le hacían el inspector Sánchez y la subinspectora Palacios.
— ¿Ahora te repulsa lo que has hecho a la pobre niña, pedazo de animal?
— Manuel, Manuel —le dijo la subinspectora Palacios tratando de calmar al alterado Manuel Sánchez —. Raúl —, le llamó la atención la subinspectora con un tono tranquilo — tiene que mirar las fotos. Se llamaba Sandra. En una semana iba a cumplir quince años. Ella sólo quería pasar una noche divertida con sus amigas antes de empezar el nuevo curso. Sus padres han perdido a su única hija. Han tenido que ingresar a la abuela de Sandra con un ataque de ansiedad. Ninguna familia se merece pasar lo que ellos. Sólo tú puedes parar este sufrimiento. No hay razón para alargarlo más. Tenemos las imágenes de la cámara de seguridad en la que apareces metiéndola en tu coche. Te encontramos en tu casa aún con tu ropa manchada con su sangre. Su cuerpo está lleno de tus huellas y tu ADN. No sigas con esa actitud. ¿Por qué lo hiciste?
— Y-yo no. N-no he hecho nada — volvió a afirmar Raúl entre lágrimas, mirando fijamente a los ojos de la subinspectora Palacios.
— Manda cojones. ¡El hijo puta lo sigue negando! — dijo el inspector Sánchez con visibles aspavientos hacia su compañera.
Le dolía la mandíbula de tanto apretar por la tensión que estaba sufriendo. “¿Por qué estos inspectores insisten? Yo no he hecho esto. Es imposible que yo haya hecho Sólo soy un conductor de autobús. ¿Sandra Almagro? No la había visto en su vida y, sin embargo, allí estaba».
De repente, todo a su alrededor se estaba difuminando: los inspectores, la fría sala, las fotografías del Sandra, él mismo……
—¿Raúl? ¿Qué te pasa, Raúl? — preguntaba la inspectora.
—Raúl ya no está. Puede llamarme Víctor. Quiero un abogado.