Fuimos y seremos
JOSE NAVARRO GONZÁLEZ | Joseph

La investigación ya llevaba tiempo dando vueltas en círculos y no parecía tener prisa por llegar a ninguna parte. Ella ya estaba satisfecha con su inconclusión.
Nosotros, como cada mañana, volvíamos a reunirnos con un café en la mano y en la misma mesa. Cuatro policías con años de experiencia y un montón de papeles no eran capaces de ponerse de acuerdo en una dirección. En encontrar un hilo del que tirar. Una luz… una puta luz.
Ya se amontonaban los cadáveres en nuestras conciencias y no nos dejaban dormir. Eran ruidosos. Cada hora que pasaba, el reloj nos hacia más conscientes de que un nuevo cadáver se podía sumar al resto. Era evidente que ninguno podía resolver un rompecabezas del que faltaban más de la mitad de las piezas… hasta hoy.
Nos hemos tropezado con una pista muy importante gracias al forense. Relataba con pelos y señales su última disección, mientras se enmarañaba en todo tipo de escabrosos detalles de líquidos palpitantes y trozos carnosos malolientes, cuando comenzó a tararear una canción. Una canción conocida por todos. De un importante anuncio de la televisión pública. De esos con una música pegadiza que te sorprenden en medio de cualquier pensamiento y adornan el silencio.
Al tararearla, todos miramos al forense con cara de interrogación… ¡¡¡Claro!!! Era el anuncio de pepinillos con vinagre de uno de los grandes mercados de la ciudad. Unos pepinillos que utilizan en todas las hamburgueserías importantes de la localidad. De inconfundible sabor… de inconfundible olor…
Dos de nosotros le pedimos al forense que nos acompañara a su lugar de trabajo. Los otros dos fuimos al corcho donde teníamos todo lo recopilado hasta la fecha. Todo organizado. En perfecto orden. Y sí… allí estaba una clara referencia a los pepinillos. No estaba marcado como nada especial que pudiese resolvernos absolutamente nada, pero ante un caso como este no dejamos al aire ninguna posibilidad. Desde la academia de policía seguimos a rajatabla eso de “Cualquier mínimo detalle puede convertirse en la llave de la solución”.
Allí en el corcho colgaba, entre otras cosas, un trozo de papel del bote de uno de esos grandes recipientes llenos de pepinillos. Le preguntamos al forense por el hecho de silbar la dichosa cancioncita y no paraba de repetir que era algo inconsciente. Que en la mezcla de olores que le venían mientras desarrollaba su tarea, se asomaba un leve aroma a estos pepinillos. Algo sutil.
Después de asegurarnos que nos escondía nada más (nunca se sabe), nos reunimos todos en el corcho y comenzamos a mirarnos entre nosotros. ¿Y ahora… que…?
Uno de los empollones recién jurados de la academia entró corriendo y comenzó a gritar: ¡¡Otra vez, ha vuelto a pasar!! ¡¡Y delante de nuestras narices…!!
Llegamos todos a la vez a la nevera y… era cierto… Se habían vuelto a llevar nuestro almuerzo. Otra vez había desaparecido… El montón de cadáveres era más grande… pero ya quedaba menos para atrapar al culpable. Ya era tarde para él.