Esta es la noche en la que se cumplen los treinta años del plazo. Ese día, un full de damas y cuatros hizo que perdiese mi alma.
Nadie me obligó a apostar, pero yo era demasiado joven como para no creerme inmortal y capaz de vencer al mismísimo diablo. Me equivocaba por supuesto, pero en aquellos días todavía hacía caso a mi corazón. Eran los tiempos en los que aun tenía corazón, antes de que lo devorase día a día, pedazo a pedazo, el vampiro al que me encadené de forma voluntaria, creyendo de esa forma que elegía el mal menor, que perder la vida a sorbos, me redimiría de una vida sin mí esencia vital.
Tonto loco!! Acabé sin lo uno y sin lo otro, tornándome un saco de carne y hueso que andaba por el mundo sin más esperanza que encontrar la salida más rápida y menos dolorosa. ¿Estaba ciego? ¿Tal vez había perdido la capacidad de usar mis sentidos? ¿Acaso ya no podía sentir nada? Sobrevivía descontando granos de arena de un reloj con el cristal resquebrajado. Y el diablo me observaba, y sonreía satisfecho, a la espera de que llegase el momento de cobrarse su presa, de unir de nuevo mi condenada anima a mi atormentado cuerpo.
Pero siempre fui un jugador, y siempre supe que la última jugada es la mejor y que siempre hay que reservar una última ficha para jugársela a todo o nada. Paciencia y disimulo, la vida siempre nos ofrece una última mano y yo siempre había guardado muy oculto bajo capas y capas de gris desesperación un pequeño pedacito de mi alma, una luz que brillaba en mis noches más oscuras como solo la luz del sol puede brillar al reflejar sus rayos dorados en el mar.
Había llegado la fecha y confiado como estaba, el Diablo aceptó mi apuesta. Mi alma inmortal a cambio de mis próximas vidas sirviéndole y dejándome usar por él. Accedió de inmediato, era demasiado fácil y demasiado jugoso como para negarse.
Su cara palideció cuando lancé mi pedazo de alma al aire usándola como moneda , en ese instante supo que había perdido, porque la luz del oceano le iluminó y no le quedó más remedio que aceptar la derrota y huir .
Fue así como recuperé mi esencia y uní mi destino al mar, al que siempre había pertenecido.