Ese viejo cascarrabias me está llevando por el camino de la amargura. El muy cabrón tuvo que personarse a última hora en mi despacho, gritando con esa voz de sapo, acusándonos de incompetentes, inútiles y haraganes. ¡Qué sabrá él que tiene el culo pegado al asiento! Demasiado ocupado en papelotes y en lustrar su insignia de comisario.
Aunque algo de verdad había que admitirle al carcamal: la investigación estaba en un atolladero tras un año. Cuando el Inspector Xisco y su compañera Bárbara (Inspectora León ante los focos) fueron asignados a aquel espantoso caso de asesinato entendieron que, ante tal orgía de pruebas, la investigación se resolvería en un pispás. Idea que parecía alentarse cuando sus pesquisas chocaron, como guiadas, de bruces con los tejemanejes de una pequeña mafia local (posiblemente esta acepción sea elogiar a aquel grupo de malnacidos, más símiles a un grupo de hooligans).
Xisco había creído que apretándole un poco los machos al Yaume (apodo que recibía el narcisista mandamás del grupo) nos entregaría un par de pringados a los que echar el guante, con los que dar de comer a los famélicos leones del populacho y los medios de comunicación. Y presionando las tuercas a estos chivos expiatorias continuar atando cabos. ¿Quién sabe? Quizás pudiesen meter un tiempo entre rejas al mismo Yaume. Fantasías. Nada de eso ocurrió.
El Yaume, capaz de vender heroína en un orfanato, no dio su brazo a torcer, negándose a entregar a ninguno de sus “hermanos”. ¡Y Xisco que creía que eso de la lealtad entre delincuentes era una treta de las novelas del siglo pasado! ¡Vaya fiasco!
La cuestión, volviendo a lo que nos ocupa, es que, por más que se quebraban la cabeza, los indicios estaban estancados en un omnipresente punto muerto; los chicos del Yaume no soltaban prenda y Bárbara tenía una cansina mosca en la oreja, asumiendo que algo de vital relevancia se nos estaba escapando. En la práctica esa mosca cojonera sólo era una burda distracción. ¡Toda la comisaria tenía claro que esos rufianes estaban pringados hasta las cejas!
Un trago de whisky le relajaría y aflojaría sus ideas. Estaba harto de sentirse con la soga al cuello. Con su jefe, con su compañeros, con esos buitres de la prensa y, lo peor, con su propia familia. Todos exigiendo un culpable que diera con sus huesos en la trena. ¡Cómo si fuera tan sencillo! Y todo por un jodido camello que encuentran muerto y que llama la atención al ser el hijo repudiado de un politicucho que ha lamido suficientes culos.
¡Qué frustración! Era tan difícil la vida del funambulista que vive en la fina línea entre incompetencia y encubrimiento.
Ese maldito Yaume vendiendo mierda a los chavales. A su hijo, un chaval, que tenía tanto futuro. Y tirado al retrete por una estúpida riña con el sinvergüenza que le suministraba. Xisco seguía siendo su padre. Necesitaba darle un culpable al comisario, y lo peor es que el culpable había llorado demasiadas veces en su regazo como para ser entregado.