Game over Max Tomeu
José Ignacio Alonso González | Seven Seconds

La sangre brotaba de la herida que tenía en su pecho, la mujer aún mantenía en su mano una pistola, de la cual salía un hilillo de humo indicando de donde partía la muerte.
Max llegaba al lugar con los pulmones a punto de estallar y su corazón bombeando sangre, con tal fuerza que la  podría lanzar a la azotea del edificio de tres plantas que vigilaba la escena. 
La última pista que le había llevado allí la había conseguido al encontrar en el cenicero el papel a medias de quemar.
Ella giró su mirada y le apuntó. Por instinto levantó las manos, no hizo el intento de buscar su arma, pues sabía que no le daría tiempo.
Se acerca, le da un beso en los labios mientras le apunta a la sien—. Esta vez has estado muy cerca —le quita el arma que lleva en el costado y se aleja del lugar con un erótico movimiento de caderas.
Allí parado intenta recuperar el aliento, mientras observa como la mujer se aleja por la oscura calle hasta desaparecer.
Se acerca al hombre y empieza a revisar sus ropas hasta que encuentra la tarjeta en uno de los bolsillos.
Las sirenas empiezan a llenar el aire con su estridente ruido, así que decide levantarse y alejarse rápido del lugar.

Sentado en la barra del bar, oculto de las miradas del resto, con un vaso de Whisky en su mano, se pone a recordar:
Todo había empezado dos años atrás. Él es el detective Max Torneu y la suerte, o el destino, había llegado a su vida de una manera accidentada. Tenía un modesto despacho con el que malvivía en su barrio. Pero eso había cambiado totalmente tras la captura del hombre más buscado por la policía, Joaquín Costales.

Al salir de los juzgados, los medios de comunicación ávidos de noticias le estaban esperando.
—Este es un nuevo caso resuelto por nuestro despacho, siempre estamos para ayudar a la ciudad y a cualquiera que lo necesite.
Una mujer, que apenas pudo ver, se acercó a su oído y le dijo: —Pagarás lo que has hecho, con la cárcel, o la vida.
La publicidad que se dio hizo que su negocio despuntara y ahora era uno de los más respetables despachos de detectives del país. Pero él y la policía sabían que solo había sido la casualidad de que el perseguido hubiera acabado refugiándose en su despacho.
A partir de ese fatídico día empezó a recibir tarjetas de ese mismo estilo. A la primera no le dio importancia, pero la policía le llevó a comisaria como posible autor del primer asesinato. En esa ocasión se había librado al tener una buena coartada, pero supo que aquellas palabras no habían sido amenazas en vano. La asesina iba dejando una pista a la policía con cada nuevo asesinato que ella cometía, una prueba que le implicaba en el mismo. Ahora con la tarjeta en la mano sabia cuál era su próximo objetivo.
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