Dieciséis horas pueden parecer un lapso de tiempo insuficiente para resolver un crimen atroz e ilógico, pero la mente del inspector de policía Santos no funcionaba como todas las demás.
Ni siquiera se dignó a llamar a la puerta antes de introducir su enjuta anatomía en el despacho del comisario Castaño; marca de la casa. Éste lo miró sorprendido. No parecía esperarle.
—¿Ocurre algo, inspector?
Antes de arrancarse, Bruno le dedicó una sonrisa ácida, prepotente. Por lo visto, esa también la tenía patentada.
—Usted me pidió que encontrara al culpable, y ya lo he hecho.
El comisario lo escudriñó con detenimiento, con precisión, y se dio cuenta de que en los ojos saltones del inspector subyacía una mirada rebosante de suficiencia, capaz de desgranar hasta el último átomo de las cosas, como si tratase de exhibir una inteligencia tremendamente afilada para intimidar a todos los que osasen retarla. Definitivamente, concluyó, era un tipo especial.
—Pues usted dirá……
Bruno arrojó con desdén una fotografía de la víctima encima de la mesa y el comisario intuyó que ese era su ya habitual momento de gloria, gasolina para su insaciable narcisismo.
—Nada más ver el cadáver, ya le expliqué que se trataba de un asesinato ocultista con tintes psicopáticos. Iconografía pura y dura. El asesino ha plasmado una fantasía, un ritual fetichista, y parece que tiene esa idea muy enraizada.
—Y también mencionó que nos estaba retando, que pretendía jugar con nosotros.
—Exacto……
La impaciencia se apoderó del comisario.
—¡Vaya al grano, inspector! ¿Quién cree que ha sido?
—Verá… Cuando interrogué a su profesor de anatomía, aparentaba ser un tipo normal, demasiado corriente, pero pude intuir que bajo esa fachada existía un auténtico depredador, y no suelo equivocarme.
—Sabe que eso no es suficiente para inculparlo —le recriminó.
—Puede, pero ahora fíjese en el símbolo cincelado a cuchillo en el torso del cadáver.
El comisario intercaló varios vistazos fugaces entre la fotografía y el inspector a intervalos regulares.
—Es una espiral partida en dos.
—Algo realmente inusual —puntualizó Bruno—. La víctima articulaba una visión personal para él, la visión es sentido, y el sentido es simbólico. Esa es la clave……
Aquellos puntos suspensivos duraron una eternidad.
—¿A dónde quiere llegar?
—El muy cabrón también tenía grabado ese mismo símbolo en la hebilla de su reloj. ¡A la vista de todo el mundo!
La expresión del comisario se encendió de repente y sus colmillos parecieron afilarse.
—Santos, no me joda. ¿Está seguro de que era exactamente el mismo?
El inspector le mantuvo la mirada unos segundos.
—Absolutamente, jefe. Al parecer, la vanidad de ese jodido pretencioso es su talón de Aquiles. Pida autorización al juez Torres para investigarle a fondo y comprobará que tengo razón. ¡Su jueguecito ha terminado! —sentenció.
El comisario hizo un gesto de aquiescencia, muy serio, dando por concluida la reunión. Antes de que Bruno saliera del despacho, le dedicó una especie de felicitación. A su manera, eso sí.
—Buen trabajo, inspector, pero la próxima vez llame antes de entrar.