Probando, probando, uno, dos, tres.
Me seco la cara con la mugrienta toalla del bar de carretera, mientras siento la cinta adhesiva tirando de los pelillos de mi pecho. No sé si alguien escucha al otro lado, pero yo acerco los labios al micro escondido bajo mi camisa, y susurro las que pueden ser mis últimas palabras.
Transmito a ciegas desde un nauseabundo cuarto de baño. Dicto mi testamento a través de las ondas, dejando cada palabra grabada en el receptor de la furgoneta camuflada que, en teoría, me espera fuera. Me santiguo y rezo para que los cuatro policías culo gordo que hay en su interior lleguen a tiempo al escuchar la palabra clave: “Ganímedes”.
Sí, la pasma es única eligiendo nombres estúpidos, pero más me preocupan los mafiosos que están a punto de llegar.
Desde el espejo un tipo demacrado me mira, y tardo unos segundos en procesar que soy yo. Las ojeras marcadas, la cara pálida y una excesiva sudoración no dan la imagen perfecta para una primera impresión, pero cuando vas a reunirte con “el Reina”, el jefe del clan mafioso más peligroso de la ciudad y del que nadie sabe su aspecto, es mejor parecer un pobre diablo que no un soplón listillo.
Probando, probando, uno, dos, tres.
Te preguntarás cómo demonios he acabado aquí, y aunque no tengo tiempo para contarte la versión extendida, sí te contaré una sinopsis. Esta es la historia de un detective privado con narcolepsia al que su mujer lleva años diciendo que se retire antes de tener problemas. “Enfréntate a la realidad” le dice ella. “Estoy en plena forma” le contesta él, con tal de no darle la razón.
Haciendo oídos sordos, el detective aceptó trabajar para un peligroso gángster que le encargó fotografiar a un chivato. Lo has adivinado, el detective soy yo. En cuanto a las fotos también lo has adivinado, me quedé dormido en el coche y no pude hacerlas.
Fallar al Reina significaba mi muerte, así que llegué a un acuerdo con la policía para traicionar al desconocido gángster el día de la entrega.
Probando, probando, uno, dos, tres.
Fumo cigarrillos como un indio cabreado. Observo por el ventanuco del baño y veo llegar un coche negro. Son ellos. Busco y rebusco la furgoneta policial pero no la veo.
“Enfréntate a la realidad”, me dijo mi mujer esta mañana. “Estoy en plena forma” le contesté yo, con tal de no darle la razón.
Llaman a la puerta y un par de tipos enormes cruzan el umbral. Revisan en cada cubículo y proceden a cachearme. La enorme mano del sicario toca mi micro mientras contengo el aliento. Por suerte no se detiene; solo comprueban si voy armado.
Me sacan del baño y me conducen a un salón privado al fondo.
—La Reina vendrá ahora.
—¿La?—Pregunto yo.
Una voz familiar suena a mi espalda.
—Enfréntate a la realidad.
—¡Ostia puta!
—¿Me das las fotos o me das la razón?
— Estoy en plena…¡Ganímedes!