GLONK
Sara Perales Palomino | SARAPERALESP

El parking está vacío. El silencio es total. Mira su reloj de pulsera; es pasada la medianoche.
Un ruido a su espalda le hace girarse torpemente. Una gota de sudor recorre su frente. El corazón marca los segundos, acelerando el tiempo por momentos.
«Glonk, glonk, glonk», escucha. Saca su semiautomática de 9mm de la funda. Se vuelve a girar, esta vez, hacia donde procede el sonido. Metal contra metal. Alguien quiere asustarle.
Tiene que llegar al vehículo requerido, pero sabe que no está solo. Un paso en falso y aquella historia podría terminar muy mal para él.
Despacio, sin perder de vista la última ubicación del ruido, dirige sus 160 kilos de peso hacia la pared más próxima, a fin de guardarse un poco las espaldas. Si le toca correr, estará perdido. Lo sabe.
En el último año, ha duplicado su peso. Su jefe le mantiene al margen de la mayoría de los operativos, relegado —tras más de veinte años en el cuerpo— a trabajos de despacho —seguro que por su físico—, pero esta vez, no le ha quedado ha contado con su ayuda.
En este momento, rozando con su trasero la pared del aparcamiento, sintiendo su propia respiración excesivamente agitada —casi sin razón—, se da cuenta de que, realmente, no está en condiciones óptimas para el trabajo de campo. Avanza entre los vehículos.
«Glonk, glonk, glonk», esta vez el sonido procede de un lugar mucho más cercano, reverbera y no es capaz de ubicarlo. El corazón se desboca, sus músculos, escondidos bajo una inmensa capa de grasa, se tensan como buenamente pueden. Un par de vehículos más. «Glonk, glonk, glonk», de nuevo suena. Se agacha, está más cerca. Recorre con la espalda encorvada los metros que le separan de un todoterreno, azul oscuro, tras el que puede parapetarse. A través de las ventanillas del vehículo, trata de localizar algún movimiento, una pista.
Mira ligeramente detrás de él. Ya solo le separan 3 coches de su objetivo. Se palpa en el bolsillo izquierdo; las llaves continúan ahí.
«Glonk, glonk, glonk», ya no le queda tiempo. El ruido advierte de una presencia muy próxima. «¿Cómo es posible que no lo vea moverse?», piensa. Concluye: «es alguien pequeño, rápido, conoce el lugar, está jugando conmigo».
Se lanza sin miramientos, lo da todo por perdido, pueden abatirle, pero tiene que hacerlo. Corre hacia el Giulietta rojo, rezando, sujetando las llaves para que no suenen. Siente la grasa de su pecho, de su abdomen y de sus muslos saltar con cada paso que da.
Abre el maletero, echa la vista atrás. Nadie.
«Glonk, glonk, glonk», es inminente. Lo tiene a su lado, está ahí, pero no logra verlo. «¿Por qué se esconde si lo tiene todo ganado?».
El maletero asciende veloz en cuanto ha tocado el sistema de apertura.
La mujer desaparecida está ahí, vestida de blanco y con el rostro asustado. Sostiene una palanca metálica. Junto a ella, un extintor rojo muestra evidentes signos de haber sido golpeado.