Grabación policial sobre la presunta sospechosa Caperucita Roja
José Ramón Villaverde García | José Ramón Villaverde García

‘- Aquí tienes las pruebas – mientras un glosario de fotos era depositado en sus manos -.
Una mujer limpiaba, cocinaba, fregaba y era, en la mayoría de los casos, insultada y menospreciada.
– Dos mujeres la vigilan y una vieja meretriz es su dueña.
El golpe de la visión hizo mella en la cara de la abuela, herida, apenas pudo mascullar palabras.
– Cenicienta seguirá mis pasos cuando la rescate… ni te atrevas a dudarlo, ¡yo la enseñaré! No pienses que me he reblandecido o que soy una sucia chivata.
– ¡Me da igual! Ese no es mi problema ahora, siempre supiste de sus turbios manejos e incluso dudabas de que fuera ella la instigadora de su secuestro, ¿o no? ¿Desde cuándo lo sabes? – irónico, preguntó -.
– ¡¿Desde cuándo?! – altiva y desafiante, respondió ofendida -. ¡Desde su misma cuna! Desde el primer instante en que vi la luz refulgir en sus brillantes ojos azules ya supe que las sombras acechaban su alma. Tenía la capacidad de ofrecer al mundo belleza e ingenuidad, alegría y cordialidad, pero tras la luminosa máscara y bajo profundas oquedades, el mal bullía en un eterno oasis de esplendor.
La abuela carraspeó, se notaba que la enfermedad le corroía por dentro. Intuía que el tiempo se le agotaba y que, en cambio, aún tenía mucho por hacer: debía proteger a la que había designado como su mejor y fiel relevo. Sacando fuerzas de dónde ya no existían, prosiguió:
– El bosque comenzó a pudrirse, bandas de elfos prostituían y extorsionaban a las bellas libélulas, las dóciles ardillas sucumbieron al efecto de las drogas devenidas por el tráfico de corrompidos duendes. Familias enteras de búhos y lechuzas emigraron buscando nuevos y frondosos lugares.
El señuelo de su sonrisa, su dulce figura y esa maldita… maldita capa roja, durante demasiado tiempo, impidieron que nadie reconociera sus huellas. Su voz siseaba, corrompía y compraba los deseos mientras, rodeada de esas asquerosas y mugrientas ocas, tiranizaba y sometía el bosque. Ansía mi corona y eliminar cualquier competencia ¡por eso dio la orden de secuestrar a su hermana! Y así, someter a todas las criaturas que habitan aquí. Siente cercana mi muerte y desde hace tiempo se prepara para tomar posesión de nidos y madrigueras, manantiales y fuentes.
– ¿Estás preparada?
De nuevo el silencio se hizo en el viejo tronco de árbol. Vigorosa, una chimenea calentaba la estancia, sin pulso, la abuela atrajo un poco de caldo a su boca.
– He de irme – esperando respuesta, repuso ansioso -.
– Ten cuidado, es hábil y desconfiada. Recuerda que viene precedida de alimañas que no dudarán en presentar batalla.
Tomándose unos segundos, meditando y midiendo bien sus palabras, el lobo sentenció:
– Déjame tomar tu lecho y simulemos que yo soy tú. Necesito una última prueba… grabar sus palabras y así, sellar la confesión de Caperucita. Bajaré las luces y me esconderé bajo la manta, no sospechará. No veo otra solución.