La inspectora Paula Bernal era guapa y lista. Tan lista que era la jefa de homicidios más joven de España. Tan guapa que ahora se enfrentaba a un asesino en serie obsesionado con ella.
Mataba solo por verla actuar. Alquilaba pisos turísticos que tuvieran una buena visibilidad hacia un lugar poco transitado de noche. Después, elegía a su víctima al azar y cometía un asesinato atroz.
Entonces esperaba.
Cuando la inspectora llegaba a la escena del crimen, la observaba con unos prismáticos. Bernal se agachaba y escudriñaba el cadáver buscando alguna pista. Lo hacía de forma minuciosa y precisa, con movimientos pausados y elegantes que a él le parecían dignos de la mejor bailarina de ballet. Después, tocaba esperar a que la inspectora volviera a solas. Era entonces cuando disfrutaba más. Gozaba al ver su gesto inteligente intentando dilucidar el móvil del crimen y el perfil del autor. Y la miraba embobado caminar por los alrededores tratando de seguir los pasos del asesino.
Bernal no sospechó nada hasta que no se encontró el segundo cuerpo. Apareció en la playa. La inspectora acudió de inmediato.
—Es el mismo asesino.
—Pero Bernal, ni las víctimas ni el lugar del crimen tienen nada en común. Ni siquiera el modus operandi coincide.
El cadáver presentaba heridas de arma blanca, el anterior había sido estrangulado.
—¿Recuerdas la misteriosa nota del anterior?
En el primer asesinato, la inspectora había abierto el puño de la víctima haciendo un gran esfuerzo por el rigor mortis que ya presentaba el cuerpo. Dentro, había una nota intrigante. «Lo haces muy bien», decía.
—Este también la tiene —afirmó la inspectora.
Bernal señaló las altas botas de la joven asesinada. Una frase arañaba el cuero: «Sigue así, preciosa».
Bernal no quería creer que aquellos mensajes fueran hacia ella. Pero en los dos siguientes no había duda. «Paula, la mejor». «Dedicado a Paula».
Tres semanas después un hombre apareció colgado de una farola fundida. Lo que en un principio parecía un suicidio resultó ser otro regalito para Bernal.
La nota, escrita con sangre, rodeaba el cuello de la víctima.
«Guapa & lista».
Bernal sintió un escalofrío. Levantó la cabeza para respirar. En uno de los bloques cercanos, una bombilla se apagó justo cuando ella miró. Tiró los guantes de látex y volvió a alzar la vista hacia donde la luz se había apagado. Estaba de nuevo encendida. Al sentir sus ojos otra vez se esfumó.
Se dirigió hacia aquel piso.
Le temblaban las piernas, pero tenía que ir sola.
Cuando estuvo en la puerta, dudó. Puso el dedo sobre el timbre y pulsó, temerosa.
—¿Lo ves? Guapa y lista…
Bernal no parecía sorprendida al descubrir la identidad del asesino.
— ¿Cómo me has encontrado?
—Por el símbolo ampersand en el cuello del ahorcado. Tu trazo es inconfundible.
—Bien por ti, nena.
—Tienes que parar, papá.
—Los hijos sois unos desagradecidos… Y eso que te he conseguido el caso de tus sueños… ¿Cómo si no ibas a poner en práctica lo que has estudiado?