El detective Dante Bonilla se sacudió las migajas de biscotes de la gabardina poco antes de llegar al lugar acordonado. El escaparate estaba formado por varios artículos y cuatro maniquíes femeninos exhibiendo la nueva colección de primavera.
Sin necesidad de enseñar la placa, el detective entró en la tienda de ropa de marca, informal y de vestir, toda limpia y ordenada. Se dirigió directamente al último de los probadores. Allí yacía el cuerpo vapuleado y ensangrentado del propietario del establecimiento. Le agredieron primero contra el espejo y luego continuaron arrojando su ira con las múltiples perchas partidas tiradas en el suelo. No habría huellas. La médico forense determinó la hora de la muerte entre las dos y las dos y media de la madrugada.
Habló con las tres dependientas. El propietario les había dicho que la noche anterior tenía una cena importante de negocios y, que, como siempre, habría terminado con unas cuantas copas de más en el algún pub de la ciudad. Se preguntaron qué haría allí a esas horas. Puede que buscar algo, en particular, unas llaves, seguramente las de su casa, como apreció el detective Bonilla al verlas en otro de los probadores.
Se recorrió toda la tienda varias veces almacenando las imágenes en su memoria visual y buscando cualquier detalle que pudiese ser clave en la investigación, ya fuese una gota de sangre, un trozo de tela desubicada o un particular doblado de ropa.
Al salir del local se fijó que el jersey de la colección de primavera que vestía un maniquí era de talla M, una más grande que la del resto de figuras.
No encontró nada sospechoso en el piso de la víctima ni con las personas que habló. Solo le quedó esperar en la oficina a recibir las grabaciones de las cámaras de seguridad de la tienda. En ellas, se veía al propietario entrar y a nadie más. Estaban manipuladas, claro. No vio ningún movimiento, pero sí advirtió tacones bien puestos, ciertos doblados de ropa que no sobresalían de entre el montón y un jersey de la colección de primavera de talla adecuada que vestía un maniquí.
Ya de noche, el detective Dante Bonilla volvió a la tienda. Confirmó los cambios respecto a las grabaciones, todos ellos involucrando prendas de vestir que algunos de los maniquíes lucían. En la papelera detrás del mostrador halló pelusilla que las culpables desprendieron de las tijeras con las que cortaron sus vestimentas manchadas y devoradas por el váter.
– No disimuléis -interrumpió el silencio de la tienda.
Todos los maniquíes se estirazaron después de otro día más exhibidos como figuras sin alma, a pesar del entretenimiento de haber sido espectadores de la investigación de su propio crimen.
El detective dejó las llaves de la tienda sobre el mostrador. Uno de los maniquíes le quitó las alitas de pollo de las manos. Salió del lugar y, tras él, todas le siguieron, consiguiendo la plena libertad que tantearon las noches creativas que allí vivieron.