San Francisco. Año 1990. Presente.
Un periodista, intuye que hay cierto paralelismo en una serie de asesinatos del pasado con uno muy reciente.
El primer crimen se remonta al año 1967 donde una mujer, es asesinada brutalmente. Tres años después, se repite el mismo asesinato y en 1974 una nueva víctima también mujer, cerraría los tres violentos casos de la habitación 66. Nunca se esclarecieron.
Veintisiete años después, se reaviva el caso porque hallan en un apartahotel, el cuerpo de una mujer y curiosamente, también en una habitación número 66.
Lo sorprendente de los macabros asesinatos, es que todas las mujeres casualidad o no, eran prostitutas y desde el primer crimen hasta el reciente, todas tenían el mismo patrón. Fueron cedadas, amordazadas, flageadas y posteriormente asfixiadas. Como dato curioso, todas en el interior de su boca, guardaban una hostia de consagrado.
El periódico saca a la luz todos los datos y los familiares en busca de justicia obligan a la policía a reabrir el primer caso del año 1967.
Tras la reciente muerte perpetrada de la misma manera, la pregunta en el aire sería: ¿se trataría del mismo asesino o tal vez de un nuevo perturbado?.
Los periódicos venden la noticia con el titular: «El asesino de la habitación 66».
Una asistenta del hogar, llama a la policía por sospechar de un cliente por creer que pudiera ser el hombre que buscan. Según explicó, llevaba meses limpiando en su casa y la curiosidad la llevó a abrir un baúl que estuvo siempre cerrado donde pudo observar un maletín muy extraño. Todo hasta aquí pudiera no tener mayor importancia si no fuera que los objetos que vio en el interior del maletín, no se ajustaban para nada a un reputado reverendo.
Cinta americana, cuerdas, guantes de nitrilo, un látigo para fustigar, geringuillas y «escopolamina», una sustancia para perder el conocimiento según le dijo la policía cuando llegaron a la casa.
1967. El reverendo William Parker, un religioso muy ortodoxo, casado y con un solo hijo totalmente adoctrinado, le disgustada confesar a prostitutas finas madres de familias creyentes. Esto le repateaba sus ideologías y le hería su sentimiento paternal machista. En las confesiones, les daba la oportunidad de redimirse y aquellas que volvían a reincidir, pecarían para él.
Después de haberlo planificado mucho, su primer macabro asesinato sería en una habitación de un apartahotel cuyo pago, abonaría la prostituta que iría convencida a una salvación especial fuera de los muros de la iglesia.
En aquella habitación número 66, elegida así por el reverendo por acercarse al número del diablo, dictaminaría sentencia con su hijo presente para que éste, siguiera su estela una vez fuese su sucesor y condenara a las mujeres inmundas si éstas, no quisieran redimirse.
Gracias a una curiosa limpiadora seguidora a las noticias de los medios de comunicación, el hijo del fallecido reverendo William Parker, el reverendo Stephen Parker, de 36 años, es detenido supuestamente por el asesinato de una mujer y complice con su padre de los tres asesinatos de la habitación 66.