Aunque ya había salido otras veces con David, era la primera vez que visitaba su apartamento. No soy ninguna mojigata, pero tampoco me gusta hacerlo en la primera cita. Prefiero conocer mejor al chico y asegurarme de que vale la pena. En el fondo soy una sentimental.
Aquella noche todo debía salir a la perfección. Mientras David cocinaba para mí, yo miraba las noticias en la sala. Nada nuevo bajo el Sol: en Oriente Próximo seguían matándose por controlar el petróleo; nuestro gobierno no había llegado a un acuerdo económico con Europa; un tío borracho había matado a golpes a su mujer; Estados Unidos amenazaba con invadir no sé qué país con nombre raro; continuaban sin pillar al asesino de la motosierra; el ministro de Economía renegociaría los términos de la deuda; no salía del coma la chica que había sido violada por su cuñado; la Bolsa de Valores había cerrado a la baja… Lo de siempre, vamos.
Entonces, anunciaron la sección de deportes y David vino a sentarse junto a mí.
—A ver, no cambies…
Mientras daban las novedades sobre la liga de fútbol, rodeó lentamente mis hombros con su brazo y, como al descuido, comenzó a acariciarme una pierna. Sonreí. Todos son iguales. No es que me hiciera sentir incómoda, solo que me hizo gracia tan elemental manera de dar a conocer sus intenciones.
Le quité el brazo, con determinación. Luego cogí su mano y la puse a un costado.
¡Cómo son los hombres! No se cansan de insistir, aunque una les diga que no.
Casi al momento, tuve que quitarle el otro brazo. Aparté su mano y la apoyé encima de la otra.
Todos buscan lo mismo. No se dan por vencidos hasta conseguir de una lo único que les interesa. Hay veces que me resultan tan repugnantes…
No lo niego, un poco de lástima por David sí que sentí. Después de todo, el pobre había perdido la cabeza por mí.
Lo que más me jode es cuando se hacen los distraídos. ¡Cómo si una no supiera adónde quieren llegar!…
Como quien no quiere la cosa, sus ojos se pasearon por la mesa puesta, deteniéndose en la base de plata del candelabro con las velas ya encendidas para una cena romántica.
Demasiado optimista, cariño. Lo siento, pero esta vez no podrá ser.
Aquello ya no tenía pies ni cabeza. Con todo el dolor del alma, finalmente me decidí a rematar la faena y le arranqué el corazón.
No me gusta hacerlo en la primera cita. Prefiero conocer mejor al chico para asegurarme de no estar equivocándome.
Y nunca me equivoco. Son todos iguales, siempre acabo haciéndolo. Todos se lo merecen.
Junté los trozos y comencé a ponerlos en bolsas de plástico. Me pregunto si alguna vez descubrirá la policía que el asesino de la motosierra es una mujer.