Empezaron a aparecer en los contenedores del barrio cadáveres de hombres y mujeres obesos a los que les faltaba el hígado. Casualmente, en esos días, un nuevo paté hacía furor en un restaurante gourmet.
El inspector Fernández se hizo cargo del caso, pronto se iría de vacaciones y este asunto parecía fácil, «blanco y en botella» pensó.
Se dirigió, según él, al orígen del conflicto, la cocina del restaurante.
Pidió al jefe de cocina una porción del famoso paté para llevarlo a analizar y éste sumamente contrariado envió al detective directamente a la cámara frigorífica para que lo cogiera él mismo, pues no comprendía la importancia de esos análisis.
Fernández miró a su alrededor y su olfato le advirtió de que en aquella cocina pasaba algo raro, lo que respaldaba totalmente su teoría, el paté de la discordia podría estar preparado con hígado humano.
Allí trabajaban cocineros y ayudantes de cocina de varias partes del mundo, gracias a esa mezcla de culturas había conseguido tres estrellas Michelin.
Uno de los ayudantes, un muchacho de gran embergadura, de raza negra, ataviado con múltiples adornos y ropa de colores estridentes, le indicó el camino hacia la cámara fría.
A los pocos días un nuevo cadáver aparecia en un contenedor de la zona, en su documentación aparecía el apellido Fernández.
Al mismo tiempo, una afamada revista defensora de los derechos humanos, plasmaba en primera página este titular,
«Sacrificios de órganos humanos perpetrados por hechiceros en pleno siglo 21.