Subió a Instagram su último story a las diez y media de la noche. En la primera escena salía de perfil. Móvil grabando desde el suelo. Piernas infinitas, rejilla dorada dejando entrever su desnudez, labios haciendo morritos, mirada de gata. En la siguiente escena, splash. Nadia saltaba a una piscina infinita con el skyline neoyorkino. Efecto beauty. Texturas de mil osos de peluche. Casi se podía adivinar el perfume de Lacoste, cítrico a morir. Pelo Pantene o lo siguiente, brillante como el aceite de Jaíen. Cien mil seguidores y subiendo.
Su último cliente, Finelash, marca coreana de pestañas. Mirada perdida en un bosque de pestañas azules, violetas o moradas. Viajó a Corea y se enamoró del manga. Fotos con ojos achinados, con piel de porcelana de la dinastía Ming.
Nadia con su gato, rodeada de pieles de tigres falsos y de colmillos de marfil. Tomando café con Melania. Las dos de espalda.
El forense fue categórico. No había comido nada sólido en dos días. Barritas energéticas y batidos por un tubo. La encontraron en la bañera, maquillada, sin signos de violencia. Azul, casi verde como la sirena que era. Llevaba una pulsera muy apretada en la muñeca con una moneda antigua. Al quitársela se le quedó un círculo rojo. La científica la guardó como prueba. Mc Cabe se quedó mirando cómo aquel brazo huesudo y verde señalaba un azulejo. Pidió que nadie pisara sobre él. En efecto, allí estaba la huella de una bailarina de la marca Zurcanda, made in Corea. A juzgar por otro de sus stories, quizás era otro de sus clientes.
Según investigó Mc Cabe, la pulsera provenía de una tienda estrambótica del barrio chino, donde un pirata autómata con voz de ultratumba prometía felicidad eterna. En los papelitos que dispensaba por un euro, se podían leer las instrucciones de rituales, que de cumplirlos el autómata prometía, que se cumpliría el deseo. El de la pulsera china, que por su puesto se podía adquirir en la tienda por veinte euros, rezaba que había que llevarla hasta que se cayeran todas las monedas de latón. Mc Cabe buscó la pulsera en los stories, pero no aparecía en ninguno. Habló con el dueño de la tienda que con voz entrecortada le aseguró, que estaba a punto de deshacerse del autómata, pero no sabía muy bien cómo hacerlo. Mc Cabe tomaba nota mientras miraba de reojo al anciano. La tienda olía a formol y a estrellas de mar podridas. El viejo asomó una pierna desde el mostrador, quizás por que no aguantaba la artrosis. El pie diminuto estaba enfundado en una bailarina dorada. Tragó saliva. No daba por hecho nada. El anciano siguió mezclando el chino con balbuceos pero él sólo escuchó la última frase. El autómata es quien decide quién vive y quién no.