Hipermetropía
Leticia García-Domenech Castelo | La Chica Gibson

Siempre fue una chica despierta, curiosa, de ojos bien abiertos y sonrisa estampada. Le encantaba el cine. Podía pasar tardes enteras encerrada con unas cuantas películas. Siempre por ciclos. Si realmente existía otra cosa capaz de igualar al cine en importancia vital, era el mar. Parecía como si, sus sucesivos cuerpos en evolución, estuvieran hechos de hidrógeno y oxígeno, de sal y algas.
El reloj de la estación marcaba las 17:45 h, y ahí estaba ella, ladeando su cabeza con una satisfacción extraña; insegura, en busca de alguna mirada cómplice que le alentara a seguir.
Una… tres… cinco caladas. En unos minutos su cigarro se había evaporado. Fue entonces cuando, como si un espíritu la poseyera, descruzó sus piernas, dejó que su vestido de entretiempo jugueteara con el viento y avanzó. Posó sus manos agrietadas por el frío y, tras un largo suspiro, lanzó una moneda al aire. Se convirtió en una de esas actrices a las que tanto envidiaba. La decisión estaba tomada.
Tan sólo una pequeña vocecita interrumpió su ensimismamiento —¿Para dónde vas? Llevo observándote un rato y creo que estás más perdida que yo entre tantos andenes—. La voz provenía de una anciana extrañamente joven, de mirada amable y apenas 1,50 de estatura. Gala meditó durante un instante si responder; tenía cierto reparo en hablar con desconocidos. —Aún no lo sé. —Recordando en ese instante la moneda que sostenía en su mano. Su cuerpo, suspendido en una encrucijada, invocó la huida hacia delante. Abrió la mano y miró. Estaba decidida, se tiraba sin red y sin remordimientos. Cruz.
Por un momento sintió dejar de respirar y que las paredes se apretaban. —Si no es indiscreción, ¿usted para dónde va?—. La anciana, que aún miraba atenta la mano abierta de Gala, levantó su cabeza y respondió—: A Budapest. —Yo también.— Contestó apresurada. El pulso de Gala se disparaba; iba guiada por una fuerza que, sin ella quererlo, le arrastraba hacia lo desconocido. Adiós a vivir vidas ajenas pegada a un televisor.
Con la ilusión que todo comienzo arroja, los primeros momentos de euforia volaron. Leonor se emociona al recordar su agrietada infancia, las heridas que no terminan nunca de cerrar, las oportunidades perdidas. Gala aprovecha una pequeña pausa y, en un momento, clava su mirada en Leonor. Su silencio se condensa y, con lentitud, rompe por completo. Una fuerte sacudida emborrona la imagen.
9:00 AM. El despertador hace acto de presencia. Los ojos de Gala se despiertan de un solo impulso. El sudor recorre su cuerpo. Las sábanas, testigos del viaje, desdibujan su ansiedad en la cama. Un silencio sabio inunda la estancia.
Antes de salir de casa, desanda el pasillo y en el dormitorio agarra la maleta. Aunque parece un día cualquiera, no lo es. Lleva atrapada mucho tiempo. Quizás la formulación adecuada sea si algún día fue libre.
Sentada en el banco de la estación Gala espera su destino, su casualidad… la mirada cómplice que se esconde tras los ojos más insospechados. Al menos, por una vez.