9:00 a.m.
Abro los ojos, una vez más, otra mañana más. Miro alrededor de mi habitación. Cuatro paredes blancas completamente desnudas, una pequeña mesa empotrada y un taburete debajo de ella. A veces pienso que desde que se fue Alejandra, se fue con ella todo el color del mundo, también el de mi habitación.
9:20 a.m
Me hago un café, su aroma invade mi cuarto e, inconscientemente, vuelvo a pensar en ella. Todo es Alejandra. El olor a café recién hecho por la mañana me recuerda a Alejandra bailando en la cocina, intentando torpemente que yo me uniese a ella.
9:45 a.m
Desde que no sé nada de ella, me cuesta comer, hablar e incluso respirar, así que tras mi frugal desayuno, me meto en la ducha. Dios, odio la ducha. Ahí habitan todos los recuerdos de Alejandra, esperando a que yo me meta para asaltarme despiadadamente.
La última vez que la vi, hace cinco días, fue en la puerta de aquella discoteca, donde bebimos más de la cuenta y donde ambos acabamos discutiendo. No me acuerdo exactamente de lo que me dijo, sé que fueron cosas hirientes por el nudo que se apoderó de mi garganta, pero sí me acuerdo de la frustración con la que se agarraba el pelo mientras me gritaba.
Unos minutos después se subió en el coche que la llevó de vuelta a su piso de la calle Huertas, dejándome en la puerta de la discoteca ahogado en un mar de desesperación.
10:00 a.m
Miro una mañana más mi móvil, esperando un nuevo mensaje de ella. Nada.
Ya no llevo la cuenta de cuántas veces he llamado a Alejandra y de cuántas veces me ha respondido su contestador. Fantaseo con la idea de ver un mensaje suyo. De nuevo me invade la preocupación.
10:05 a.m
Intento abrir un libro para acallar mis dudas. Es imposible.
Llevo cinco días sin saber nada de ella y mi preocupación cada vez es mayor. Cada día que pasa, me debato entre si denunciar su desaparición o no. Hoy el dolor y la desesperación son tan inaguantables que denunciar la desaparición parece la mejor solución.
10:30 a.m
Me visto y voy a la comisaría más cercana a mi casa. Una vez ahí, interpelo a uno de los policías:
Vengo a denunciar la desaparición de mi novia, Alejandra Romero.
¿Te has vuelto a escapar de tu habitación, Marcos? – dice el “policía” airado – ¿No te has tomado la medicación de hoy, verdad?
¿Qu-qué? – digo confundido.
Has vuelto a confundir el centro psiquiátrico con una comisaría y a tu enfermero con un policía ¿no es así? ¿No te acuerdas de que ella murió en un accidente tras chocar contra tu coche? ¿No te acuerdas que tras vuestra pelea condujiste detrás de su coche loco de ira y nublado por el alcohol? ¿No te acuerdas de que tú mataste a Alejandra? Fuiste tú Marcos, tú fuiste quien la mató.