HUELLA DACTILAR EQUIVOCADA
Celia Cárdenas Sanchez | Celivir Cárdenas

El detective Adams se encontraba en su despacho mirando las fotografías de la escena del crimen que le habían encargado resolver. Era un asesinato brutal: un hombre de negocios había sido apuñalado en su oficina en reiteradas ocasiones con ensañamiento. La víctima había sido encontrada por su secretaria, que había llamado a la policía de inmediato. Pero, a pesar de las pruebas, el asesino seguía en libertad. Su teléfono sonó.
—¿Detective Adams?
—Dígame —contestó con voz entrecortada.
—Soy el oficial Robinson. Acabo de recibir una llamada anónima que dice haber visto al sospechoso en el bar «El Pescador» ¿Quiere que vaya a investigarlo?
—Por supuesto. Voy yo también para el bar; allá nos vemos.
—De acuerdo.
El detective Adams se puso su abrigo, salió a la calle y al llegar al bar buscó a Robinson echando un vistazo rápido. Lo observo en una de las mesas sentado y se acercó.
—¿Has visto algo sospechoso desde que has llegado, oficial? —preguntó el detective.
—No. Se mantiene quieto en la barra. Se ajusta a la descripción que tenemos. Pero no estoy seguro de que sea él.
Ambos se quedaron observándole unos minutos. Adams sacó su móvil y busco unas fotografías que tenía en su teléfono y asintió mientras miraba a su compañero.
—Es el socio de la víctima. La huella coincide según nuestra investigación. Voy a detenerle. Estate atento por si intenta huir.
—Vale.
El detective se acercó a la barra y se sentó junto al sospechoso. Pero aunque estaba convencido y todo apuntaba a que había sido el asesino, quiso con tranquilidad averiguar el motivo del ensañamiento.
—Disculpe, ¿le importaría contestar unas preguntas? —preguntó el detective.
—No —respondió el sospechoso con una sonrisa—. ¿Qué quiere saber?
—¿Estaba usted en la oficina de señor Horacio Campoamor ayer por la tarde?
—No, no estuve allí. Ayer libre. ¿Por qué?
—¿No sabe nada sobre el asesinato del señor Campoamor?
—¿Cómo? ¿Le han matado?
—Sí, y no se haga el sorprendido porque sabemos que es usted. Solo quiero saber el porqué de su brutal asesinato antes de que se lo lleven a prisión de por vida.
—¡Le estoy diciendo que no le he matado!
Alzar la voz hizo que mi oficial se acercara rápido a nuestro lado apuntándole con su arma reglamentaria.
—¡No! —le pedí—. Tranquilo —mi compañero se detuvo, pero no dejo de apuntarle.
—Yo no fui —añadió el sospechoso.
—¿Está seguro? Tenemos pruebas que indican lo contrario.
El sospechoso cambió su expresión, ya no sonreía.
—¿Qué tipo de pruebas?
Testigos presenciales que lo vieron entrar y salir de la oficina el día del asesinato. Además, encontramos su huella dactilar en la escena del crimen y es la suya.
—Lo ven. Están equivocados. Yo no tengo huellas dactilares por un accidente laboral desde hace años —le enseño sus manos y las yemas de sus dedos estaban todas quemadas y sin piel.
—Equivocados o no. Lamentablemente, tendrá que venir con nosotros. La justicia sabrá qué hacer con usted.
Un juicio rápido. Pruebas poco concluyentes y «un supuesto asesino» más condenado al corredor de la muerte.
FIN