La primera vez que pasó no dio crédito, las siguientes veces no se lo podía creer, y últimamente era víctima de una incrédula perplejidad. Desde hacía más de dos meses el señor Gervasio se encontraba todas las mañanas su salón patas arriba. A primera vista se descubrían unas huellas fangosas que iban y venían desde el pozo que había en el patio hasta el salón. El señor Gervasio primero se armó de paciencia, y reordenaba estoicamente el salón como si ese desbarajuste diario fuese una plaga que acabaría desapareciendo de la misma manera que había empezado. Pero después de una semana se cansó, y decidió tomar cartas en el asunto. Lo primero que hizo fue poner unos fuertes cerrojos y candados en la puerta que daba al patio. Fue inútil, el estropicio y las huellas embarradas continuaron invariables. Una mañana se pertrechó cual espeleólogo y descendió amarrado a una cuerda hasta el fondo del pozo. Una vez abajo comprobó que la profundidad del pozo le alcanzaba hasta las rodillas y que no había ningún hueco o nicho que pudiese delatar ninguna presencia ominosa. Después de esta infructuosa exploración a las tinieblas decidió contratar a un detective privado. Hojeó las páginas amarillas y eligió los servicios de una agencia que lo convenció por su nombre: Evaristo Page, detective salvaje. Evaristo se presentó al día siguiente según lo convenido. Era un hombre rechoncho que vestía un viejo traje raído. Masticaba sin cesar un chicle y cada dos por tres inflaba una pompa que hacía saltar esbozando una estúpida sonrisa. El señor Gervasio explicó in situ el misterio que se abatía sobre su hogar, y Evaristo le aseguró que lo resolvería esa misma noche, que era pan comido, que no se preocupara, y le preparase un catre donde dormir en el salón; y a continuación explotó una pompa sonriendo como un niño lelo. El señor Gervasio no supo qué pasó durante esa noche. Pero a la mañana siguiente el salón volvió a estar patas arriba y sin señales del huésped. Cuando llamó a la agencia en busca de explicaciones una señorita con voz necia le dijo que el señor Page no quería hablar con él y que no volviese a llamar. La siguiente noche se desencadenó una gran tormenta, la lluvia azotaba con fuerza los cristales de las ventanas y el viento silbaba emitiendo notas espeluznantes. El señor Gervasio se acostó mientras los truenos retumbaban sobre su cabeza. En mitad de la noche un ruido repentino lo despertó, encendió la luz alarmado y allí, justo enfrente de él, se alzaba un ser deforme y repugnante que se abalanzaba sobre la cama. La criatura atenazó su garganta con sus dedos muertos…, y de golpe el señor Gervasio se despertó. Bañado en sudor comprendió que había sufrido una pesadilla. Se levantó y se dirigió al baño para refrescarse la cara. Antes de llegar se resbaló. A sus pies descubrió las mismas huellas fangosas que cada noche destrozaban su salón.