HUÉRFANOS
JOSEFA FILLOY SEGOVIA | JOSEFINA

De repente me di cuenta de qué resultaba diferente esa mañana: El silencio. No había ruido. Cada noche me dormía escuchando reproches a través de la pared de papel que separaba mi casa de la de Adela, su dormitorio del nuestro. Supuse que Pedro, su marido, dormiría fuera. Mejor, así Adela estaría tranquila. No entendía cómo un hombre podía hablar así a su mujer. Ni por qué Adela seguía con él.
Gabriela le dijo mil veces que lo dejara, pero Adela se negaba “discutimos alguna vez, pero es el hombre de mi vida”. No se daba cuenta de que las paredes oyen. También sus retozos traspasaban las paredes. “Somos unos intensos”, nos decía riendo, mientras Gabriela evitaba su mirada, ocultando velados reproches, una envidia inconfesable.
Cuando llegué a Ágata´s, Natalia ya había hecho café. Esa mujer no descansaba. Hacía 8 meses que abrió la agencia de detectives y echaba tantas horas como su cuerpo le permitía. Soy Yeremi, el “chico-para-todo” de Ágata´s: cojo el teléfono, recibo clientes, riego las plantas. Como Natalia, pero en prácticas. Antes de las 9 sonó mi móvil. Gabriela que llegaría a casa tras su turno de noche en la residencia de ancianos. – “¿Amor, sabés qué ocurrió? ¡Es Adela!”.
_” ¿Le pasó algo a Adela?”, respondí, mientras mi cabeza iba montando la escena: su cama ensangrentada, Adela degollada y Pedro todavía empuñando el cuchillo.
– “A Adela no. A Pedro. Adela preparó el desayuno y se arregló para ir a la residencia. Como Pedro no se levantaba, fue a llamarle, pero cuando le tocó no reaccionó, estaba muerto. Yo estoy con ella”.
Ese día la vida cambió. La de Adela y la nuestra. La autopsia reveló que Pedro fue envenenado. Elevadísimas dosis de morfina aparecieron en su cuerpo.
Adela fue declarada culpable. Dos denuncias por agresión presentadas anteriormente, las dosis de morfina que faltaron en la residencia y sus disputas, harto conocidas entre vecinos decidieron el fallo en su contra.
¡Adela no! Ella no.
Pedí a Natalia que investigásemos el caso. Todo parecía inútil. Llevaba 3 meses encarcelada y todo encajaba con su culpabilidad. Cada semana la visitaba. Gabriela incomprensiblemente dejó de hacerlo el segundo mes. ¿La veía culpable?
Los días corrían sin resultados: _” Natalia, vamos a dejarlo. Perdemos el tiempo. No hay nada que investigar. Aunque Adela crea que no es culpable, tal vez lo hizo”.
Llegaba abatido a casa. Me costaba dormir. Busqué en el botiquín, pero no había somníferos. Recordé que Gabriela ponía alguno en su joyero. Nada. ¡Sí!, había un cartoncito y debajo vi …. ¡Morfina! Imposible. ¿Para qué? Llamé a Natalia.
Fingir normalidad esos días fue tan difícil como necesario.
Accedimos al teléfono de Gabriela. Fotos, vídeos borrados, pero que seguían visibles para quien los sabía buscar. Pedro y ella tuvieron una relación y él quiso acabarla.
Meses de pruebas, investigaciones…, acabaron con Gabriela encarcelada. Acabaron con Adela y con Yeremi que sobrevivimos como dos huérfanos intentando encontrar cada día un motivo para ver amanecer el siguiente.