I STARTED A JOKE
Paloma Fernández Abad | Violeta Imperial

Con el tiempo el ánimo se hace. Parece que no, pero al igual que los médicos en las unidades de terminales, la muerte, el dolor y el sufrimiento que encuentras día tras día ya hiere sin sangrar. Un trabajo duro, pero necesario. Sin embargo, debía reconocerse que este último le había tocado. No sabría decirse la razón o la sinrazón. Nada había de nuevo en lo espantoso, inútil y absurdo del caso. Y sin embargo agitó alguna rabia escondida que le molestaba por partida doble. Le incomodaba la rabia que sentía y aún más le enfadaba el hecho de sentir rabia. Ser frágil en un mundo de violencia es un mal negocio en lo personal y en lo profesional. “Su inseguro servidor” pensó y esbozó una ligera sonrisa.
Miró hacia la calle por encima de la pantalla del portátil, los codos sobre la barra. Nada. Ni idea. Ya todos los caminos tomados, todas las preguntas hechas. Y nada. En fin. Como tantas veces, esperar que el paso del tiempo revele el envés de la trama. Bajó la pantalla de portátil girando el cuerpo para marcharse. En la mesa una pareja joven debatía acalorada con la pasión de lo nuevo. “Ni hablar”, decía ella “Conan Doyle es más sutil que Poe”. “Poe es un plumilla ingenioso y poco más” sentenció. “¿Pero qué realidad hay en Doyle? Poe al menos intentó algo con la realidad. El misterio de Marie Rogêt o Los crímenes de la calle Morgue fueron reales. Existieron. Y qué decir del Jugador de ajedrez de Maelzel. Poe es real y su razonamiento es real. Muy superior a Conan Doyle, siempre con juegos y acertijos”.
Casandra, oyó sin escuchar y se detuvo. En la mesa el debate ya andaba por Padre Brown pero ya no estaba allí. Se volvió a sentar erguida en el taburete y abrió nuevamente el portátil. Absurdo, desde luego pero “cuando hayas descartado lo imposible” sonaba en su mente como la sirena de un barco en la niebla. Tecleó todos los datos conocidos, horarios, entrevistas, posibles motivos, usando seudónimos por confidencialidad. Lo conocido del caso se desplegó como una trama espesa y ramificada. “Y hasta aquí lo que se», dijo en voz alta mientras golpeaba casi con cariño la tecla “enter”. Pasaban los minutos y miraba hipnóticamente el cursor latir casi tan rápido como su corazón. “Casandra, esto se no lo cuentes a nadie” pensó “ya hay que ser idiota”. Estaba por cerrar cuando en la pantalla apareció: “Pregunta a Juan Fernández dónde estaba el martes a las 18h”. “¿Qué pregunte a Juan Fernández donde estaba tres días antes del suceso?” pensó “que idiotez. Un vecino que miraba desde la ventana. Qué pinta en todo esto. Pero en fin, nada que perder, salvo la escasa autoestima que me quede”. La palidez que llenó el rostro de Juan Fernández y su intento de huir escaleras abajo la lleno de perplejidad. Mas tarde tecleo “¿Cómo?” La respuesta brillaba en la pantalla “Elemental, querida Casandra”.